Y Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado. Y en seguida recobró la vista, y seguía a Jesús en el camino.
Marcos 10,52
Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia.
Mateo 10,8
El Espíritu del Señor está sobre mí, Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; A pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; A poner en libertad a los oprimidos.
Lucas 4,18
¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados.
Santiago 5,14-15
«Con esta misma idea Dubos20 interpretó el concepto de salud en un sentido ecológico: pensaba que la vida implica la interacción y a la vez la integración de dos ecosistemas: el medio interno y el medio externo. Por un lado el organismo, cuyas células, fluidos y estructuras tegumentarias están relacionadas entre sí mediante una compleja red de mecanismos de equilibrio, y por el otro, el medio externo está sujeto a cambios que acontecen en ocasiones de manera impredecible; muchos de estos cambios que ocurren en el ambiente externo pueden causar efectos dañinos en el hombre, por lo que en el organismo se generan cambios adaptativos para funcionar de manera eficiente y conservar la vida. Cualquier factor que rompa el equilibrio entre estos dos sistemas ecológicos puede ser causa de enfermedad…
Una de las particularidades de la medicina helénica es considerar el cuerpo humano de manera integral: relaciona el todo con cada una de sus partes y con el entorno mismo; parece que esta percepción daba sentido a los conceptos de salud y enfermedad. Consideraban la salud como un fenómeno de armonía y proporción, no como producto de las cualidades de la materia, sino como equilibrio de las fuerzas y por la mezcla de los componentes corporales, y sus interrelaciones, y todo esto como respuesta del organismo a los estímulos del ambiente.
Contemplaba al hombre dentro de su entorno físico y social, lo que explica porque ubicaban la salud y la enfermedad en este ámbito, pero sin desatender las situaciones particulares, siempre cambiantes. Por eso se piensa28 que uno de los legados más valiosos de la medicina griega es lo concreto, en su connotación latina (concretus: lo que crece junto, no lo aislado o separado), que permite adivinar el «juego inmenso de las relaciones del sujeto y su mundo, sobre esto versa la observación del médico». Fin.
Son fragmentos que escogemos del texto: «Ideas, creencias y percepciones acerca de la salud» de Leopoldo Vega Franco
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«Al desaparecer el Imperio Romano de Occidente, médicos árabes, persas y judíos, resguardaron e impulsaron los conocimientos de la medicina griega durante la Edad Media… la teoría de los cuatro humores ejerció entre los médicos mayor influencia en la Edad Media que en la época antigua, debido a que ilustraba de manera gráfica la interpretación filosófica de la salud y la enfermedad; señala que a partir del siglo XII, cuando se conoció en occidente la literatura árabe, estas ideas influyeron en el pensamiento médico y en el ejercicio de la medicina…
Cabe suponer que entre los médicos formados en ese lapso histórico permanecieron vigentes los conceptos hipocráticos de higiene, aunque se puede pensar que la opresión del régimen feudal, las epidemias recurrentes, las guerras, el hambre y otros infortunios, hicieron de la salud una entelequia. Todas estas calamidades contribuyeron a la expansión del cristianismo y con ello nació la firme creencia de que la salud, la enfermedad, el bienestar, la infelicidad y que todo lo concerniente al hombre es designio de Dios…
Para explicar el mecanismo por el cual los hombres adquieren una enfermedad, Paracelso desarrolló un sistema integrado por cinco entes. Acorde con estas ideas, estaba convencido que para que el hombre recupere o conserve su salud es preciso un «alquimista» hábil que separe los principios buenos de los malos que hay en el medio ambiente, pero además requiere contar con el favor de los astros, con la constitución natural de cada ser humano y con su espíritu, todo esto en consonancia con el pensamiento escolástico que dominó el pensamiento durante el medioevo: con la anuencia de Dios, de quien depende la alquimia de la salud que preserva la vida…»
Son fragmentos que escogemos del texto: «Ideas, creencias y percepciones acerca de la salud» de Leopoldo Vega Franco
«En el último tercio del siglo VI a. C. Alcmeón de Crotona, estaba convencido también de que la salud del cuerpo y del espíritu dependía de la isonomía, entendida esta palabra como equilibrio, equidad, armonía o, en cierto sentido, la democracia de las fuerzas húmedo-seco, frío-caliente, amargo-dulce y de otras. La preminencia de una sola fuerza sobre la otra es causa de enfermedad.11,12 De acuerdo con los conceptos de este médico y filósofo el tratamiento de las enfermedades debe proveer la acción de la fuerza contraria a aquella cuyo exceso, o deficiencia, produce la enfermedad: frío contra calor, sequedad contra humedad, etcétera.12
En la magna Grecia… en esta cosmogonía, Empédocles asigna al amor y al odio un papel esencial; creía que la mezcla íntima que une a los cuatro elementos se daba porque el amor ha dominado al odio. Pensaba que la esfera primitiva del amor es la que mantiene la cohesión y la harmonía de las sustancias esenciales, pero cuando el nexo se pierde por predominio o por deficiencia (eklipsis) de alguna de ellas, la salud se altera. Consideraba que la respiración es el acto más elemental de la vida: con esta función se establece el vínculo entre los elementos primigenios y el medio externo…
Siete siglos después de haber nacido la doctrina hipocrática, durante el apogeo del imperio romano en el siglo II d. C., los estoicos, en voz de Marco Aurelio,15 pensaban que la naturaleza del universo dispone que el hombre enferme [..] a pesar de que el médico pretenda conducirlo a la salud, por eso, lo que le pase a cualquiera es porque se le ordena como a una más de las cosas subordinadas a la naturaleza […] Aceptemos entonces alegremente lo que pase, por duro y desagradable que esto sea, con ello contribuiremos a la salud y bienestar del universo […] Él es el Administrador de todo. De acuerdo con esta corriente filosófica, interpretada por el sentir de este emperador guerrero, lo que importa es la armonía del universo aunque ésta se logre a expensas de la salud o la vida de los seres humanos…»
Son fragmentos escogidos del artículo: «Ideas, creencias y percepciones acerca de la salud» de Leopoldo Vega Franco
«Es común que la gente defina la salud como la ausencia de enfermedad: como si en ella estuviera arraigada la idea de una vivencia fugaz dentro de una secuencia continua de padecimientos, o bien que su percepción fuese resabio de experiencias colectivas de épocas pretéritas. Se antoja pensar que la gente siente la salud de la misma manera que algunas personas advierten la libertad al ser sometidas a la esclavitud. No en vano Henri-Francois Becque1 opina que «La libertad y la salud son condiciones semejantes: el hombre sólo percibe su presencia cuando están ausentes.
En cambio, quienes reflexionan acerca de su entorno y expresan los sentimientos de su mundo interior, definen la salud por el desmedro de sus capacidades, como lo hizo Herófilo2 hace poco más de 25 siglos. Tal parece que la capacidad de sentir y razonar acerca del ambiente y las circunstancias que transcurren en nuestra vida cotidiana permiten dar a esta palabra un significado diferente, aunque esta apreciación puede ser sólo una interpretación parcial y personal de lo que para algunos es un proceso interminable de enfermedad que se alterna con espejismos de salud…
Por la forma de enunciar esta definición, parece que la salud es equiparable a una vida placentera en lo físico, en lo mental y en lo social, como si el placer emanado de los sentidos corporales fuese el fin último que persigue una vida sana y, al construir la definición los autores se hubieran inspirado en la salud eterna del «cielo prometido» en vez de proponer una definición operativa para propósitos terrenales. Es, pues, más fácil censurar una definición de salud que construir otra, por eso puede ser de interés conocer el desarrollo histórico que ha tenido este concepto en distintas culturas, para identificar en ellas algunos elementos conceptuales que permitan una aproximación más universal al mundo interno que evoca esta palabra…»
Son extractos del artículo de referencia aquí: «Ideas, creencias y percepciones acerca de la salud» de Leopoldo Vega-Franco, MSP(1)
… «La oración puede ser definida como una forma de comunicación con la Divinidad o el Creador, siendo quizás la forma más frecuente de expresión religiosa; La Biblia orienta a sus creyentes sobre su uso: «¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará35».
Actualmente es clasificada dentro de las terapias complementarias y/o alternativas. Un estudio conducido por el Centers for Disease Control and Prevention’s y el National Center of Health Statistics de Estados Unidos encontró que la oración por motivos de salud era la terapia complementaria o alternativa más común (45,2% en los últimos 12 meses y 55,3% durante la vida).
… «la oración intercesora, el orar por otros, ha sido una respuesta milenaria de la humanidad ante la enfermedad. Se han realizado múltiples estudios para evaluar su efecto en la salud. Byrd evaluó el efecto de la oración intercesora en 393 pacientes admitidos en la unidad coronaria del Hospital General de San Francisco. Para esto realizó un estudio aleatorizado, prospectivo y doble ciego, conformándose 2 grupos: 1) aquel que recibió una oración intercesora —por un grupo de desconocidos—; y 2) grupo control. El grupo que recibió la oración intercesora tuvo significativamente menos fallo cardiaco, menor uso de diuréticos y antibióticos, menos días de ventilación mecánica y menor número de paro cardiorrespiratorio, sin diferencias significativas en la mortalidad ni en el número de días de estancia hospitalaria38…»
Son fragmentos del texto: «Importancia de los aspectos espirituales y religiosos en la atención de pacientes quirúrgicos».
«En el servicio a los enfermos, mientras las manos realizan su tarea, estén atentos: los ojos a que no falte nada, los oídos a escuchar, la lengua a animar, la mente a entender, el corazón a amar y el espíritu a orar».
San Camilo de Lelis, siglo xvi
«… Algunas cosas son difíciles de hablar con extraños, la religión y la espiritualidad caen en esta categoría. El aforismo «no hablar de religión o de política», destinado a promover las relaciones armoniosas con los demás, a menudo parece guiar la relación médico-paciente. Pero así como la generación anterior de médicos desmitificó la exploración en profundidad de la sexualidad, esta generación debe desmitificar la exploración de los aspectos espirituales y religiosos13.
Taylor y otros evaluaron las actitudes de los pacientes ambulatorios de cirugía general y ortopedia respecto a la investigación sobre sus creencias religiosas, prácticas espirituales y su fe personal, encontrando que el 83% de los encuestados estuvieron de acuerdo o muy de acuerdo en que los cirujanos deben ser conscientes de la religiosidad y la espiritualidad de sus pacientes; el 63% coincidió en que los cirujanos deben tomar una historia espiritual y el 64% indicó que la confianza en su cirujano aumentaría si lo haciera»14.
Son fragmentos del texto: «Importancia de los aspectos espirituales y religiosos en la atención de pacientes quirúrgicos».
«El advenimiento de la medicina racionalista produjo un desplazamiento de la confianza en las potencias curativas propias de la physis humana hacia la sapiencia o habilidad técnica del médico y la presunta eficacia de los remedios. Esta sustracción del elemento fundamental de la intuición médica más originaria produjo una crisis que se vio profundizada por el imperio del cientificismo craso, deformación ideológica de la ciencia que, desafortunadamente, goza hoy del reconocimiento generalizado como única forma válida del saber.
Este modo lacerante y deletéreo del racionalismo contemporáneo redujo la filosofía y la religión a las exigencias del empirismo científico y de oponer al dato fenoménico una verificación en los únicos términos admitidos por la racionalidad cuantitativa, con lo cual traiciona y desborda la estructura misma de la ciencia.
Los extraordinarios avances de la biotecnología médica se abren de este modo en un horizonte deshumanizado e impersonal, con lo que se afecta de manera dramática la relación médico-paciente. El profundo sentido de humanidad que caracterizaba la antigua práctica médica, integradora y totalizante, interpela a la práctica médica contemporánea reclamándole un enfoque centrado en lo antropológico sin desestimar los indiscutibles logros científicos y tecnológicos experimentados por la medicina que, como ciencia prerrogativa de lo humano, debe subordinarse a la prioridad indiscutible de los intereses, voluntad y decisión del enfermo».
Fragmentos de «Milagros de curación en la tradición médica tardo-antigua»
Juan Carlos Alby
UNIVERSIDAD CATÓLICA DE SANTA FE – ARGENTINA
jcalby@hotmail.com
«De todo lo expuesto hasta aquí, puede concluirse que los milagros de curación en tiempos de Jesús operaban por la palabra imperativa, por el contacto, o por una combinación de ambos. Por el contacto, se creía que la dynamis pasaba de Jesús al enfermo, concepción que si bien no se encuentra registrada en el AT, halla ciertos paralelos en la tradición médica helenística. A su vez, la forma de contacto podía variar entre un toque, un roce o la imposición de una o ambas manos, hasta el uso de sustancias materiales como la saliva o la tierra, coincidiendo en este caso con la concepción griega sobre las potencias curativas de la misma.
Pero además, estas actividades maravillosas no deben ser separadas del contexto teológico para su comprensión, ya que se trata de signos de una realidad mayor que no agotan su significado último en el hecho en sí. De este modo lo entendieron también los gnósticos, cristianos profundamente inmersos en lo más arcaico de la tradición judeocristiana, quienes remontaban la interpretación de los milagros de curación o liberación desde el plano físico al alegórico, espiritual o simbólico. Teniendo en cuenta que la curación implicaría una complicidad del Salvador con la obra del Demiurgo del Antiguo Testamento al que rechazaban tajantemente, tales milagros apuntarían a la sanación de la psyché por la fe o por el pneûma, según la naturaleza antropológica del individuo.
Por lo tanto, para estos cristianos, los milagros son los signos de la realidad precaria e imperfecta de este mundo40. En la misma línea, pero sin el rechazo a la dispensación antigua, Justino entiende que los hechos prodigiosos de Jesús son milagros en tanto constituyan una manifestación de la divinidad, único rasgo que lo distinguiría de un simple taumaturgo: «Pero se nos podría objetar: ¿qué inconveniente hay en que ese que nosotros llamamos Cristo sea un hombre que viene de otros hombres y que por arte de magia hizo los prodigios que decimos y por ello pareció ser hijo de Dios?»41. Justino se responde apelando al valor de la profecía, es decir, creyendo a los Profetas que anunciaron tales acontecimientos antes que a los testigos que los narraron o a los milagros en sí mismos…» (Continuamos en próximo post)
Fragmentos de «Milagros de curación en la tradición médica tardo-antigua»
Juan Carlos Alby
UNIVERSIDAD CATÓLICA DE SANTA FE – ARGENTINA
jcalby@hotmail.com
«Entre el siglo II a. C. y el I de nuestra era, se produce un cambio tanto en la concepción de la enfermedad como en la valoración del médico, transformación que se encuentra atestiguada en numerosos documentos. En el Antiguo Testamento, la enfermedad era entendida como fruto del pecado y la imagen del médico, tanto en las tradiciones profética como histórica y sapiencial, es presentada con rasgos marcadamente pe-yorativos24. Acudir al médico en vez de a Yahvé, era suficiente para que la gravedad de una enfermedad se incrementara25.
La literatura deuterocanónica del período helenístico, revela de qué manera la influencia griega con su respeto por el orden natural, en términos de sympatheía y anti-patheía, como necesario para el bienestar del hombre, fue transmutando la consideración de la figura del médico en Israel. Pero la diferencia entre la cosmovisión griega y la judía radica, en este aspecto, en que los israelitas atribuyen a Dios la soberanía sobre la naturaleza, que de ninguna manera responde a un orden autónomo. Así, Ben Sirá afirma que el médico recibió de Dios el conocimiento de las potencias naturales y que los remedios han sido creados en la tierra por Dios:
«Honra al médico por los servicios que presta, que también a é lo creó el Señor. Del Dios Altísimo viene la curación, del rey se reciben las dádivas. La ciencia del médico le hace caminar con la cabeza alta, y es admirado por los poderosos. El Señor ha creado medicinas en la tierra, y el hombre prudente no las desprecia […]. Él es quien da a los hombres la ciencia, para que lo glorifiquen por sus maravillas. Con las medicinas el médico cura y elimina el sufrimiento, con ellas el farmacéutico prepara sus mezclas»26
Fragmentos de «Milagros de curación en la tradición médica tardo-antigua»
Juan Carlos Alby
UNIVERSIDAD CATÓLICA DE SANTA FE – ARGENTINA
jcalby@hotmail.com
«Durante los tres primeros siglos de la era cristiana, en el período que recibe la denominación historiográfica de antigüedad tardía, la medicina se hallaba cimentada en las intuiciones fundamentales de Hipócrates y de la escuela metódica fundada por Themiston de Laodicea y Tésalo de Trales, a las cuales se le agregaron en el siglo II las prácticas quirúrgicas de Galeno, iniciador por excelencia del pensamiento anatómico. La práctica médica oscilaba entonces entre la especulación teorética, propia de la escuela de Cos, y las teorías características de los metódicos que, por su simplicidad, tuvieron gran suceso en Roma1. Hacia mediados del siglo II a. C., apareció también la escuela empírica fundada por Filino de Cos bajo la influencia del escepticismo de Pirrón de Élide y Timón de Filunte. Se oponían a los dogmáticos buscando las causas inmediatas de los fenómenos y rechazando como inútiles las causas últimas, por considerar que la naturaleza como tal es incomprensible2. Otorgaron valor solamente a los datos de la experiencia y de la observación clínica, rechazando por crueles e inútiles la vivisección y disección de cadáveres humanos3.
El surgimiento del cristianismo que pregonaba el Reino de Dios como núcleo central de su mensaje, aportó al acto médico un nuevo elemento que, si bien se encontraba presente en las tradiciones que remontaban hasta el mismo Asclepio, adquiere en el horizonte cristiano el estatuto de signo (semeíon) de la presencia del Reino de los Cielos en la temporalidad humana. De esta manera, lo que se conoce como milagro irrumpe en la téchne iatriké de la época con características muy diferentes de las de los sueños de incubación de los que invocaban a Asclepio.
El presente trabajo se propone estudiar los milagros de curación tanto en la tradición grecorromana como en la judeocristiana. Seguidamente, se tratará acerca de la interferencia con la figura del médico de la noción de hombre divino (theiós anér) que se proyectaba sobre una práctica médica en que la creencia religiosa, la magia y la técnica propiamente empírica y especulativa estaban unidas sin demarcaciones notorias, hasta que la erradicación de la componente religiosa en el acto médico por parte de la medicina racionalista afectó la integridad de la concepción antropológica sobre la cual debe necesariamente apoyarse una medicina que tenga en cuenta la totalidad del hombre…»
Fragmentos de «Milagros de curación en la tradición médica tardo-antigua»
Juan Carlos Alby
UNIVERSIDAD CATÓLICA DE SANTA FE – ARGENTINA
jcalby@hotmail.com
… «Una preocupación común es si se debe ofrecer o no rezar con los pacientes. Si bien un estudio [7] determinó que más de la mitad de los pacientes entrevistados manifestó el deseo de que los médicos oren con ellos, una gran parte no expresó esta preferencia. En un estudio cualitativo pacientes de cáncer [8] expresaron preocupación dado que, en su opinión, los médicos están demasiado ocupados, desinteresados o incluso se les prohíbe hablar sobre religión. Al mismo tiempo, los pacientes en general deseaban que el médico reconociera el valor de cuestiones espirituales o religiosas. Se sugirió que los médicos pueden mencionar el tema de la oración a través de la pregunta, «¿Lo reconfortaría?”.
En un estudio con 70 pacientes de cáncer avanzado, 206 oncólogos, y 115 oncólogos de enfermería todos fueron entrevistados sobre su opinión de si la oración conjunta entre paciente y médico o enfermero era apropiada en el entorno de cáncer avanzado. Los resultados mostraron que 71 % de los pacientes con cáncer avanzado, 83 % del personal de enfermería oncológica, y 65 % de los médicos informaron que ocasionalmente resulta apropiado orar con el paciente siempre que el paciente sea quien inicie la petición. De forma similar, 64 % de los pacientes, 76 % del personal de enfermería y 59 % de los médicos informaron considerar apropiado que alguien del personal médico ore por el paciente.»[9]
«Paradójicamente, a pesar del actual rechazo que existe hacia el tema de la vinculación de la salud con la religión y la espiritualidad, cada vez más científicos y profesionales de la salud profundizan en estos temas de manera objetiva, motivados principalmente por el gran aumento de enfermedades y porque su tratamiento médico no siempre ha dado los resultados esperados. Para muchos profesionales de las ciencias de la salud, el promover la evaluación espiritual y ofrecer una intervención espiritual dentro de la rutina de salud en los centros de atención sanitaria requeriría de una sólida base de pruebas de investigación clínica. Esto es un gran reto a enfrentar, ya que no existe una definición aceptada en forma generalizada de la espiritualidad, ni existe consenso sobre la dimensiones de la espiritualidad en la salud.
Diferentes investigadores han tratado de desarrollar un catálogo de instrumentos de evaluación de la espiritualidad y han realizado búsquedas en las bases científicas, sobre todo del material de investigación que se ha realizado y publicado para entender la espiritualidad. En estos esfuerzos científicos son rechazados los trabajos donde no se utilizan instrumentos objetivos para medir la espiritualidad. La investigación clínica sobre la relación entre la espiritualidad y la salud concluye que la espiritualidad es un recurso crítico en muchos pacientes para hacer frente a la enfermedad y es un importante componente de la calidad de vida, especialmente para aquellos que sufren enfermedades crónicas o terminales».
Fragmentos extraídos de «Health and Spírítualíty: men do not líve only by bread«.
«Se ha mostrado que la religión y la espiritualidad se relacionan significativamente con medidas de adaptación y con el tratamiento de síntomas en pacientes de cáncer. Los mecanismos religiosos y espirituales de adaptación se han relacionado con índices inferiores de incomodidad, así como menor hostilidad, ansiedad y aislamiento social de los pacientes de cáncer [1–4] y de los familiares encargados de su cuidado.[5] Características específicas de creencias religiosas sólidas, como esperanza, optimismo, falta de arrepentimiento y satisfacción por la vida se han relacionado también con mejor adaptación de las personas diagnosticadas con cáncer…
El bienestar espiritual, especialmente la sensación de que la vida tiene sentido y la paz,[11] se relacionan de manera primordial con la capacidad de los pacientes de cáncer para continuar disfrutando de la vida a pesar de altos grados de dolor o cansancio crónico. El bienestar espiritual y la depresión están inversamente relacionados.[12,13] El aumento de la sensación de propósito interior y paz se ha relacionado también con una menor incidencia de depresión, al tiempo que el grado de religiosidad no guardó relación con la depresión..».
Extraído de «Instituto nacional del cáncer«
Imagen extraída de radiooncologa.com
«… Personalmente, no tengo ninguna duda al respecto. La oración es un esfuerzo del hombre por llegar hasta Dios. Cuando, por medio de una ferviente oración, nos dirigimos a Él experimentamos una mejoría tanto del alma como del cuerpo. Pienso aquí en Epicteto, el estoico, y en su consejo: «Piensa más a menudo en Dios que las veces que respiras».
En resumen, y a la luz de las evidencias científicas anteriormente mencionadas y constatadas por mi converso preferido, Alexis Carrel, Premio Nobel de Medicina, la oración es una fuerza tan real como la rotación de la Tierra. «Es una emanación invisible del espíritu del hombre, que es la forma más poderosa que el hombre pueda generar». Si adquieres este hábito «te cambia la vida». Dicho de otro modo: la verdadera oración moldea la vida y la verdadera vida exige oración…
A modo de conclusión: el poder de la oración podría congeniarse con el arte de la medicina y configurar el arsenal terapéutico que constituye la solidez del gran médico. Porque, como diría Gandhi, “cuando todos te abandonan, Dios se queda contigo”.
«… En estas situaciones siempre recuerdo a Louis Pasteur, el enigmático científico, descubridor de las vacunas. Murió con el rosario en la mano (al igual que mi abuela) tras escuchar la vida de San Vicente de Paúl porque pensó que así ayudaría a salvar a los niños que sufren. Siguiendo su ejemplo, desde hace años, siempre llevo conmigo mi entrañable rosario, que me regaló mi querido amigo Guillermo, y que está bendecido por el Papa Francisco.
La influencia de la oración es tan poderosa que el Dr. Larry Possey comprobó que no importa si se asocia al credo cristiano, budista, protestante, hindú o musulmán. El efecto es igualmente positivo pues, a través de la oración, el espíritu se pone en contacto con el Ser Supremo, Invisible, Creador de todas las cosas. La oración nos introduce en la dimensión sobrenatural de Dios. Así lo ha constatado también el Dr. David Larson, oncólogo radioterápico por la Universidad de Harvard y autor de más de 200 artículos científicos. Según los estudios de Larson, «cultivar la comunicación con Dios renueva nuestro estado de ánimo y cambia nuestra actitud frente a la enfermedad».
En este sentido, acude a mi memoria Albert Einstein, Premio Nobel de Física, quien afirmaba: «Hay dos maneras de vivir una vida: la primera es pensar que nada es un milagro; la segunda, que todo es un milagro. Pero de lo que estoy seguro es de que Dios existe»…»
Artículo completo en Instituto Europeo «El poder terapéutico de la oración»
«Sin lugar a dudas, la oración marca con su influencia nuestras acciones y conductas, hasta tal punto que las personas que tienen el hábito de orar viven con más paz interior, manifiestan una tranquilidad de porte y reflejan en su rostro una nueva expresión. En lo más profundo de su conciencia brilla una luz: «Rezar significa dirigir el corazón a Dios; cuando una persona ora, instaura con Él una relación viva».
Cuando practicamos la oración empezamos a descubrirnos a nosotros mismos, a cultivar un sentimiento ético, de solidaridad con los más débiles. Descubrimos nuestros egoísmos, nuestra vanidad y nuestros desatinos. Propiamente entendida, la oración es una actividad madura, indispensable para el desarrollo complejo de la personalidad y para la integración de las facultades más profundas del ser humano. Justamente a través de la oración podemos alcanzar la armonía y la unificación de «cuerpo, mente y espíritu», que es lo que otorga a la frágil constitución humana su fortaleza invencible.
Los estudios de la Dra. Targ Fisher, sobrina del maestro de ajedrez, graduada en Stanford y profesora de psiquiatría en la Universidad de San Francisco de California, también han puesto en evidencia el papel positivo de la espiritualidad en el proceso de curación. En este sentido, como médico católico, apostólico y romano he podido observar a pacientes desquiciados y desesperados por todo tipo de terapias librarse de enfermedades y del sufrimiento gracias a su entrega a la oración. Son muchos los pacientes que han descubierto que la oración los provee de una corriente continua de poder que los sostiene inalterables en sus vidas cotidianas…»
Habitualmente se entiende a la salud como el buen funcionamiento del cuerpo o como una ausencia de dolor y, en todo caso, a una sensación de vitalidad más o menos estable. Pero la salud, en sus raíces etimológicas, tiene que ver con un concepto mucho más integral, en el sentido de completitud, de totalidad, de algo que está entero y a lo que nada le falta. Tiene que ver con lo que permanece intacto, no contaminado. La salud es para nosotros entonces el resultado de la armonía, es decir del adecuado ordenamiento y relación, entre el cuerpo, el alma (psiqué) y el espíritu (pneuma) que da la vida al hombre.
La salud implica en esta totalidad del ser humano a la que aludimos, una relación coherente y equilibrada con su medio familiar, social y con su origen y destino final, Dios nuestro señor. La integridad de uno mismo, que da una vida no fragmentada ni dispersa; la cooperación y fluidez en las relaciones familiares y sociales y un fuerte arraigo en la propia religiosidad, han de ser consideradas parámetros para evaluar la salud. Este concepto de religiosidad, va más allá de la institucionalidad o práctica determinada de cada quién, alude más bien al sentido que se atribuya a la propia vida.
En suma, decimos que una vida plena de significado; en donde la persona se hace consciente de su finalidad y trascendencia como destino último, puede ser el sustento de una salud espiritual que vitalice lo mental y corporal; vigorizando las facultades y los miembros y restituyendo, si fuera el caso, el equilibrio perdido mediante una progresiva curación. Esta relación del ser humano en sí, con su medio y con Dios debe ser atendida como el principal factor a la hora de buscar las causas de su dolencia y posibilidad de curación.
Texto propio del blog
» – T: ¿Sos creyente?
– SP: Siempre creí, pero era de esas personas que creía que los milagros no eran necesarios, que eran relatos exagerados que algunos creyentes necesitan escuchar para poder conservar una fe basada más en la magia que en la realidad. Pero después de conocer estas historias, la misma realidad me corrigió esa idea. Descubrí que son hechos que superan la naturaleza y la capacidad explicativa de la razón. A mí se me paraban los pelos cuando me lo explicaban los médicos. Igual me seguí preguntando por qué pasaban estos milagros hoy en día.
T: ¿Y cuál sería el mensaje de esos milagros?
– SP: Me lo pregunté y lo pregunté a los milagreados. Camila no, porque es chiquita, pero los otros tres están enamorados de la vida de sus intercesores, son como militantes de la causa de ellos. Los milagreados piensan que suceden para difundir el mensaje de la fe. Igual yo seguía con la pregunta hasta que armando el libro escuché un mensaje del Papa Francisco que decía: «Jesús nunca permanece indiferente a la oración hecha con humildad y con confianza. Así se llega a la plena curación, que además convierte al sanado en testigo y anunciador de la misericordia de Dios».
Lee aquí el texto completo: Extraído de un cable de la Agencia Télam
«La soledad juega un papel importante en la génesis de la enfermedad mental… generalmente la espiritualidad involucra una comunidad de la iglesia o un grupo de creyentes que comparten valores comunes. Esta comunidad podría estar en línea, en una mezquita, una sinagoga, una iglesia o un templo. Una vez más el lugar es lo menos importante. La actual tendencia al individualismo, el estilo de vida acelerado, la movilidad geográfica y cultural, han evolucionado en las últimas décadas, haciendo que algunas comunidades forjadas naturalmente desaparezcan de la vida cotidiana.
El Dr. Jeff Levin, un epidemiólogo social que ha estado recolectando datos durante treinta años para ver si existe un vínculo entre espiritualidad y salud, concluye que entre el 80 y el 90 por ciento de los estudios consultados muestran una correlación positiva entre ambas variables… La meditación y la oración no solo proporcionan una salida, sino que también pueden reducir el estrés, acelerar la recuperación e incluso disminuir la presión arterial y fortalecer el sistema inmunológico.
Harold G. Koenig, MD, en su investigación como director del Centro de Espiritualidad y Salud de la Universidad de Duke, descubrió que quienes se benefician más de la religión y la espiritualidad son quienes asisten a servicios religiosos y practican la oración o la lectura espiritual en el hogar de forma regular… Las personas que asisten regularmente a los servicios religiosos, rezan individualmente y leen la Biblia, tienen menos probabilidades de sufrir ciertos tipos de hipertensión, tienen sistemas inmunes más fuertes, tienden a ser hospitalizados con menos frecuencia y abandonan el hospital antes que aquellos que rara vez o nunca asisten a la iglesia».
Los textos completos aquí: Dr.Jeff Levin – Harold G. Koenig, MD
Son fragmentos de un artículo publicado aquí – Editado por Psicopedia.org
No te creas demasiado sabio; honra al Señor y apártate del mal: ¡ésa es la mejor medicina para fortalecer tu cuerpo! Proverbios 3:7-8
«… En nuestra práctica médica cotidiana nos enfrentamos frecuentemente con un gran número de pacientes con sintomatología de una enfermedad orgánica, muchas veces asociada a cargas emocionales que probablemente están relacionadas a su entorno social y religioso/espiritual; en este sentido, la apertura del médico para enfocar este aspecto, puede modificar factores tan importantes como la aceptación de la enfermedad, adherencia y cumplimiento del tratamiento y en consecuencia, mayor éxito en la respuesta terapéutica y sanación.
Sin embargo, en nuestro país no existe ninguna orientación al respecto durante el acto médico, quizás debido al desconocimiento de la importancia de este tema sobre la salud y que el aspecto del ser (Espíritu) no ha sido incluido en nuestra formación universitaria como médicos; probablemente, la situación es similar en la práctica médica mundial. Por esta razón, actualmente existe la inquietud de incluir el aspecto religioso/espiritual a nivel curricular en algunas escuelas de medicina. Por ejemplo, en Irán, país con una cultura religiosa musulmana importante, se ha considerado el desarrollo de proyectos de revisión curricular en las escuelas de medicina que incluya entrenamientos en el área de la espiritualidad/religiosidad para los estudiantes.
Es evidente que el interés científico en el área de salud/espiritualidad ha aumentado, en la búsqueda de demostrar la influencia de la fe y la espiritualidad para mantener y mejorar la salud del ser humano. Por lo anteriormente señalado se considera que la religiosidad/espiritualidad es una variable importante a tomar en cuenta en la atención médica cotidiana, y que el médico consciente de este hecho y previo consentimiento del paciente, podría orientar hacia la oración como una herramienta adicional que puede beneficiar el curso de la enfermedad».
Aquí el texto completo: El papel de la espiritualidad en la salud
» …A través del microscopio vi una célula letal de leucemia y decidí que la paciente a la que pertenecía debía estar muerta. Era 1986 y yo estaba examinando una pila grande de muestras de médula ósea sin que me hubieran dicho por qué. Dado lo desagradable del diagnóstico, me imaginé que se trataba de una trifulca legal. Quizás una familia en duelo estaba demandando a un doctor por una muerte que realmente no habría sido posible evitar…
La médula ósea contaba una historia: la paciente se sometió a quimioterapia, entró en remisión, luego recayó, hubo más tratamientos y un segundo período de remisión. Ahí se acababan las muestras. Más tarde me enteré de que la paciente seguía viva, unos siete años después de su experiencia, y de que no se trataba de una demanda legal. El caso estaba siendo considerado por el Vaticano como un milagro en el expediente para la canonización de Marie-Marguerite d’Youville…
… La investigación que hice volvió a sacar a la luz historias dramáticas de recuperación y valentía. Reveló notables paralelos entre la medicina y la religión en términos de razonamiento y propósito y mostró que la Iglesia no ha esquivado a la ciencia en sus deliberaciones sobre lo milagroso. Aunque sigo siendo atea, creo en milagros, esas cosas maravillosas que pasan para las que no encontramos explicación científica. El que esa paciente del principio esté viva 30 años después de su encuentro con leucemia mielocítica aguda es algo que yo no puedo explicar. Pero ella sí».
«Desde el punto de vista de la sicología, los especialistas reconocen lo positivo que es aferrarse a la fe. Es por eso que muchos de ellos recomiendan orar o rezar. No necesariamente porque ellos crean, sino porque reconocen que a sus pacientes les hace bien conectarse en oración. Este acto de orar, genera en el paciente o en quienes lo rodean, una sensación de paz. En esta instancia, pueden dejar su ansiedad entregándose al designio supremo. Esto les genera esperanza y esta esperanza les entrega una fortaleza para poder enfrentar lo adverso de las circunstancias.
El ser humano puede creer en Dios, en los santos, en un ser supremo, en una energía que mueve al mundo o simplemente en sí mismos. Independiente de quien sea el centro de sus creencias, la gran mayoría de las personas experimentará la esperanza en algún momento de la vida. Conocer estos testimonios de milagros hace que se despierte la esperanza en quienes padecen una enfermedad o están viviendo una dificultad que pareciese no tener salida.
Esto a nivel de salud hace que bajen los niveles de cortisol (hormona del estrés) y se eleven los niveles de dopamina (hormona de la felicidad), ya que nos aferramos a la idea de algo que no tenía solución, comience a tener opciones de solucionarse e incluso, podemos llegar a ser testigos y protagonistas de un milagro. Diversos estudios indican que las personas de las cuales nos rodeamos, influyen mucho en la forma en que enfrentemos las situaciones. Es por eso que los sicólogos recomiendan rodearse de personas con fe; personas positivas que siempre crean que las cosas pueden mejorar».
«… La curación, aparentemente extraordinaria, producto directo de la faith-healing y que en terapéutica suele denominarse milagro, en la mayoría de las ocasiones, según puede demostrarse, es un fenómeno natural que se produce en todas las épocas, en medio de las civilizaciones y las culturas más variadas, aparentemente más diferentes, y también se puede observar en la actualidad en todas las latitudes.
Los hechos llamados milagrosos, y no pretendo decir nada nuevo, tienen un doble carácter: son engendrados por una disposición mental específica del enfermo; una confianza, una credulidad, una sugestionabilidad, como se dice hoy, constitutivas de la faith-healing cuyo nivel de activación varía. Por otra parte, su dominio es limitado; para producir sus efectos debe dirigirse a los casos cuya curación no exige otra intervención que este poder de la mente sobre el cuerpo, analizado de forma tan notable en el gran libro del Dr. Hack Tuke2 .
Ninguna intervención puede hacer que franquee sus límites pues nada podemos contra las leyes naturales. Por ejemplo, si revisamos las recopilaciones sobre las curaciones llamadas milagrosas jamás encontraremos que la faith-healing haya hecho crecer un miembro amputado. Por el contrario, encontraremos curaciones de parálisis a cientos, pero siempre han sido de las que el profesor Russell Reynolds3 ha calificado con el término de parálisis dependent on idea...»
Son fragmentos iniciales del texto “La fe que cura” de Jean-Martin Charcot
Prof. Titular interino de Hªde la Psicología Universidad de Jaen
«La New Review, haciéndose eco del reciente viaje de un literato célebre a un santuario religioso y de las discusiones que ha suscitado, me pide mi opinión sobre la faith-healing1. La cuestión no es de las que me dejan indiferente. Además interesa a todo médico pues la meta esencial de la medicina es la curación de los enfermos con independencia del procedimiento curativo utilizado. En este sentido, la faith-healing me parece el ideal que debemos alcanzar pues a menudo es eficaz cuando todos los demás remedios han fracasado. Por eso desde hace tiempo en ciertos casos he intentado penetrar en la medida de lo posible en el mecanismo que la produce para utilizar así su poder, y expondré en pocas palabras la opinión que me he formado.
I. Los hechos que en mi ya larga experiencia como especialista he tenido ocasión de observar en absoluto son hechos aislados pues la faith-healing y su resultado, el milagro -sin dar a esta palabra otra significación que la de una curación fuera de los medios ordinarios de la medicina-, responden a una categoría que no escapa al orden natural de las cosas. El milagro terapéutico tiene su determinismo y las leyes que presiden su génesis y su evolución empiezan a ser lo suficientemente conocidas como para que el grupo de hecho englobados bajo este vocablo se presente con un aspecto lo bastante específico como para no escapar del todo a nuestra apreciación…»
Son fragmentos iniciales del texto «La fe que cura» de Jean-Martin Charcot
Prof. Titular interino de Hªde la Psicología Universidad de Jaen
«… Es un milagro, o es el milagro en la precisión del diseño de la naturaleza, capaz de predecir con acierto que pueden haber algunos errores en su desempeño y adaptarse para asumir que esas acciones débiles, de pobre o quizá nula respuesta en el ser vivo, sean suficiente estímulo para activar o duplicar el trabajo de fragmentos cromosómicos vecinos, volviendo plástico al todavía desconocido sistema inmunológico…
A quienes nos han premiado con la posibilidad de ejercer el arte de la medicina deberíamos tener sensibilidad suficiente para interpretar —ojalá lejos de equivocarnos— eso que algunos estudiosos han denominado la plasticidad de órganos tan complejos como el cerebro, principalmente cuando nos refiramos a sistemas como el inmunológico, concepto que debiéramos considerar de manera similar por sus implicaciones clínicas…
Convoco a la comunidad científica para que considere dentro del rigor de su evidencia las otras evidencias: aquellas no tangibles, no cuantificables, no medibles, sobre las que milenarias culturas, por sus creencias religiosas y propias reflexiones filosóficas, han llegado desde su particular visión a entender y adoptar como concepto de equilibrio la organización de las micropartículas atómicas en tantas formas como funciones posibles, advirtiendo su propiedad, virtud y cualidad plástica como principio del micro y macrocosmos».
Fragmentos extraídos de:
El arte de la medicina: entre lo místico y la ciencia: María Claudia Ortega López
«A fin de cuentas espiritualidad no es pensar a Dios, sino sentir a Dios a través de ese órgano interior y experimentar su presencia y actuación desde el corazón. Lo percibimos como entusiasmo (en griego significa tener un dios dentro) que nos lleva y nos sana y nos da voluntad de vivir y de crear continuamente sentidos de existir…
Pertenece también al mundo espiritual, la esperanza inquebrantable de que la vida no termina con la muerte, sino que se transfigura a través de ella. Nuestros sueños de regresar a la vida normal desencadenan energías positivas que contribuyen a la regeneración de la vida enferma. Una fuerza mayor, sin embargo, es la fe de sentirse en la palma de la mano de Dios.
Entregarse confiadamente a su voluntad, desear sinceramente la curación, pero también aceptar serenamente si nos llama: esto es la presencia de la energía espiritual. Nosotros no morimos, Dios viene a buscarnos y a llevarnos a donde pertenecemos desde siempre, a su casa a convivir con Él. Tales convicciones espirituales actúan como fuentes de agua viva, generadoras de curación y de potencia de vida. Es el fruto de la espiritualidad.
Fragmentos escogido de La importancia de la espiritualidad para la salud
«También la primera evangelización, según las indicaciones del Nuevo testamento, fue acompañada de numerosas curaciones prodigiosas que corroboraban la potencia del anuncio evangélico. Ésta había sido la promesa hecha por Jesús resucitado, y las primeras comunidades cristianas veían su cumplimiento en medio de ellas: «Estas son las señales que acompañarán a los que crean: … impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien» (Mc 16, 17-18). La predicación de Felipe en Samaría fue acompañada por curaciones milagrosas: «Felipe bajó a una ciudad de Samaría y les predicaba a Cristo. La gente escuchaba con atención y con un mismo espíritu lo que decía Felipe, porque le oían y veían las señales que realizaba; pues de muchos posesos salían los espíritus inmundos dando grandes voces, y muchos paralíticos y cojos quedaron curados» (Hch 8, 5-7).
San Pablo presenta su anuncio del Evangelio como caracterizado por signos y prodigios realizados con la potencia del Espíritu: «Pues no me atreveré a hablar de cosa alguna que Cristo no haya realizado por medio de mí para conseguir la obediencia de los gentiles, de palabra y de obra, en virtud de señales y prodigios, en virtud del Espíritu de Dios» (Rm 15, 18-19; cf. 1 Ts 1, 5; 1 Co 2, 4-5). No es en absoluto arbitrario suponer que tales signos y prodigios, manifestaciones de la potencia divina que asistía la predicación, estaban constituidos en gran parte por curaciones portentosas. Eran prodigios que no estaban ligados exclusivamente a la persona del Apóstol, sino que se manifestaban también por medio de los fieles: «El que os otorga, pues, el Espíritu y obra milagros entre vosotros, ¿lo hace porque observáis la ley o porque tenéis fe en la predicación» (Ga 3, 5).
de «Instrucciones sobre las oraciones para obtener de Dios la curación»
«… No solamente las curaciones prodigiosas confirmaban la potencia del anuncio evangélico en los tiempos apostólicos, sino que el mismo Nuevo Testamento hace referencia a una verdadera y propia concesión hecha por Jesús a los Apóstoles y a otros primeros evangelizadores de un poder para curar las enfermedades. Así, en el envío de los Doce a su primera misión, según las narraciones de Mateo y Lucas, el Señor les concede «poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos, y para curar toda enfermedad y toda dolencia» (Mt 10, 1; cf. Lc 9, 1), y les da la orden: «curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios» (Mt 10, 8).
«También en la misión de los setenta y dos discípulos, la orden del Señor es: «curad a los enfermos que encontréis» (Lc 10, 9). El poder, por lo tanto, viene conferido dentro de un contexto misionero, no para exaltar sus personas, sino para confirmar la misión. Los Hechos de los Apóstoles hacen referencia en general a prodigios realizados por ellos: «los Apóstoles realizaban muchos prodigios y señales» (Hch 2, 43; cf. 5, 12). Eran prodigios y señales, o sea, obras portentosas que manifestaban la verdad y la fuerza de su misión»…
“Instrucción sobre las oraciones para obtener de Dios la curación“
«… En su actividad pública, la relación de Jesús con los enfermos no es esporádica, sino constante. Él cura a muchos de manera admirable, hasta el punto de que las curaciones milagrosas caracterizan su actividad: » Jesús recorría todas las ciudades y aldeas; enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia» (Mt 9, 35; cf. 4, 23). Las curaciones son signo de su misión mesiánica (cf. Lc 7, 20-23). Ellas manifiestan la victoria del Reino de Dios sobre todo tipo de mal y se convierten en símbolo de la curación del hombre entero, cuerpo y alma. En efecto, sirven para demostrar que Jesús tiene el poder de perdonar los pecados (cf. Mc 2, 1-12), y son signo de los bienes salvíficos, como la curación del paralítico de Bethesda (cf. Jn 5, 2-9.19.21) y del ciego de nacimiento (cf. Jn 9)…
Supuesta la aceptación de la voluntad de Dios, el deseo del enfermo de obtener la curación es bueno y profundamente humano, especialmente cuando se traduce en la oración llena de confianza dirigida a Dios. A ésta exhorta el Sirácida: «Hijo, en tu enfermedad no te deprimas, sino ruega al Señor, que él te curará» (Si 38, 9). Varios salmos constituyen una súplica por la curación (cf. Sal 6, 37[38]; 40[41]; 87[88]).
Durante la actividad pública de Jesús, muchos enfermos se dirigen a Él, ya sea directamente o por medio de sus amigos o parientes, implorando la restitución de la salud. El Señor acoge estas súplicas y los Evangelios no contienen la mínima crítica a tales peticiones. El único lamento del Señor tiene qué ver con la eventual falta de fe: «¡Qué es eso de si puedes! ¡Todo es posible para quien cree!» (Mc 9, 23; cf. Mc 6, 5-6; Jn 4, 48)…»
(*) Son fragmentos escogidos, que buscan sintetizar el texto completo” continuamos en los próximos posts.
“Instrucción sobre las oraciones para obtener de Dios la curación“
«El anhelo de felicidad, profundamente radicado en el corazón humano, ha sido acompañado desde siempre por el deseo de obtener la liberación de la enfermedad y de entender su sentido cuando se experimenta. Se trata de un fenómeno humano que, interesando de una manera u otra a toda persona, encuentra en la Iglesia una resonancia particular. En efecto, la enfermedad se entiende como medio de unión con Cristo y de purificación espiritual y, por parte de aquellos que se encuentran ante la persona enferma, como una ocasión para el ejercicio de la caridad. Pero no sólo eso, puesto que la enfermedad, como los demás sufrimientos humanos, constituye un momento privilegiado para la oración: sea para pedir la gracia de acoger la enfermedad con fe y aceptación de la voluntad divina, sea para suplicar la curación…
«El hombre está llamado a la alegría, pero experimenta diariamente tantísimas formas de sufrimiento y de dolor».(1) Por eso el Señor, al prometer la redención, anuncia el gozo del corazón unido a la liberación del sufrimiento (cf. Is 30,29; 35,10; Ba 4,29). En efecto, Él es «aquel que libra de todo mal» (Sab 16, 8). Entre los sufrimientos, aquellos que acompañan la enfermedad son una realidad continuamente presente en la historia humana, y son también parte del profundo deseo del hombre de ser liberado de todo mal. Pero la enfermedad se manifiesta con un carácter ambivalente, ya que por una parte se presenta como un mal cuya aparición en la historia está vinculada al pecado y del cual se anhela la salvación, y por otra parte puede llegar a ser medio de victoria contra el pecado…» (*)
(*) Son fragmentos escogidos, que buscan sintetizar el texto completo» continuamos en los próximos posts.
«Instrucción sobre las oraciones para obtener de Dios la curación«
«… Cultivar la libertad interior: lo que quiere decir que en nuestro interior hay un espacio íntimo en el que no puede entrar nadie más que nosotros, desde donde podemos mirar lo que ocurre fuera con más libertad y perspectiva, así como encontrarnos con nosotros mismos en lo más íntimo y profundo que tenemos. Tomar consciencia de la libertad interior nos permite ejercerla y tener más capacidad de elección, lo que puede dar más posibilidades de crecer en la adversidad.
Tomar consciencia de la fuerza del amor y ponerlo en práctica: el amor es fundamental para sobrevivir en situaciones adversas, para unirnos a otros y dar sentido a la relación de ayuda. Ese amor debe incluirnos también a nosotros mismos para ser completo y debe llevarnos a cuidarnos de manera adecuada. A su vez, el amor nos ayuda a mirar más allá de nosotros mismos y aumenta las posibilidades de que podamos ver más allá de nuestro dolor. En la situación que vivimos hay muchas vías de expresar ese amor, desde el cuidado de nuestros pacientes actuando con ellos como nos gustaría ser cuidados nosotros, hasta el cuidado y respeto a las relaciones con nuestros compañeros, familiares, etc., pues a todos nos toca, hoy en día, bregar con una dosis, mayor o menor, de sufrimiento…
Por último, como directora de la Cátedra Edith Stein de Ávila, ¿qué nos diría una mística como ella hoy?
Creo que nos diría fundamentalmente que el sufrimiento tiene sentido, siempre y cuando sepamos mirarlo desde el lugar más profundo de nosotros mismos, con apertura al amor, a la entrega y a la empatía con el sufrimiento de otros. Para ella, el sufrimiento supone una oportunidad de aprender y de estar más unidos a un Dios que sufre con nosotros porque se ha permitido vivir la vulnerabilidad humana en la cruz, por lo que nos acompaña hasta en los dolores más intensos de la vida. Para ella, también es importante la experiencia de vivir con la confianza en que nuestra realidad interna y externa es sostenida por Dios, a pesar de todas las cosas difíciles que nos queden por atravesar».
«… Por ejemplo, se ha comprobado que las personas con diversas enfermedades físicas, recurren con frecuencia a prácticas de tipo religioso y/o espiritual, para afrontar el estrés que supone su situación, siendo según ellos, este tipo de prácticas de gran ayuda para ellos, teniendo quienes las realizan menos estrés, depresión, dolor y aislamiento social, con respecto a los que no lo hacen. A su vez, los enfermos que recurren a lo religioso y/o espiritual, refieren tener más sentimientos positivos que los demás, a pesar de estar enfermos.
Diversos autores, entre los que podemos nombrar a Viktor Frankl y Carl Gustav Jung han señalado que la religiosidad y la espiritualidad, pueden aportar elementos beneficiosos, para los pacientes, dentro del ámbito de una psicoterapia. De hecho, los propios pacientes señalan con frecuencia su necesidad de encontrar respuestas o plantear cuestiones relacionadas con lo espiritual y/o lo religioso. Por lo que parece adecuado tener en consideración estas cuestiones en el ámbito de una psicoterapia, algo que también es preciso si partimos de una visión antropológica no reduccionista y global.
Los momentos de meditación y oración ayudan a tener un mayor bienestar psicológico, paz interior y amor, a encontrarse con uno mismo y a buscar la trascendencia, ayudan a compensar vacíos de relaciones humanas, pues por ejemplo, proporcionan un apoyo en forma de una figura paterna y materna. Las propias prácticas religiosas proporcionan con frecuencia un sentido de comunidad y sensación de compañía y de pertenencia, así como emociones positivas como sentimientos de esperanza, mayor autoestima y compasión. También es sabido que la confesión y la dirección espiritual estimulan a verbalizar conflictos, lo que en sí, alivia el malestar por los mismos…»
«¿Es la espiritualidad una fuente de salud mental o de psicopatología?»
12º Congreso de virtual de siquiatría – PhD Maribel Rodríguez Fernández
Generalmente se reconoce en el ámbito médico la influencia decisiva de lo que se llaman factores ambientales en el origen y desarrollo de las enfermedades. Se admite como ambiental el nivel socio-económico, el nivel de contaminación del aire en la ciudad en que se vive, las condiciones en el lugar de trabajo, las variaciones climatológicas y numerosos aspectos similares referidos a la exterioridad que rodea al ser humano.
Mucha menos atención se presta, aunque esto está cambiando los últimos años, a lo que puede llamarse el ambiente de la interioridad. Dicho espacio configurado por la interacción entre el espíritu, la mente y el cuerpo de las personas, ha sido abordado con desparejos resultados por la llamada sicología holística y también por profesionales que han considerado a la espiritualidad personal, como un factor ambiental clave, en cuanto aspecto intangible pero decisivo en el curso de las enfermedades.
La cultura actual abocada a la satisfacción del aspecto material, ha desarrollado múltiples tratamientos intervencionistas basados en los avances tecnológicos; en pro de la salud considerada en su aspecto corporal, descuidando en forma notoria el sustento espiritual de la vida que lo anima. Un cambio de paradigma parece imponerse como necesario en la vasta área de las ciencias de la salud. El grado de práctica y profundidad de la religiosidad en las personas, necesita ser incluida entre las variables que favorecen la recuperación de la salud integral.
Desierto Anawim
«Se hizo una revisión bibliográfica acerca del papel que tiene la Espiritualidad sobre la salud, y se evidenció experimentalmente cómo la Espiritualidad puede convertirse en una poderosa fuente de fortaleza, ya que capacita al individuo a hacer cambios positivos en su estilo de vida y a tomar conciencia de cómo las creencias, actitudes y comportamientos pueden afectar positiva o negativamente su salud. Se evidencia, en este trabajo, cómo las prácticas religiosas pueden ayudar a las personas a sobrellevar el estrés del día a día, y especialmente, a aquellas sometidas al estrés agudo.
La Religiosidad y la Espiritualidad, como estrategias de afrontamiento, parecen estar asociadas a una mejor salud mental y a una rápida adaptación al estrés, particularmente, al estrés prolongado. Se demuestra ampliamente en la literatura revisada, cómo al promover el bienestar existencial del individuo, ya sea a través de sus creencias religiosas o sus prácticas espirituales, se favorece una mejor función del sistema inmunológico.
En definitiva, debido a que la Espiritualidad favorece estilos de vida y comportamientos más sanos, lo que se asocia a un menor riesgo de enfermedades y a una actitud diferente cuando se pierde la salud, se justifica plenamente su uso en los programas de apoyo psicosocial dirigidos al tratamiento de enfermedades crónicas y de alto riesgo».
«Un aspecto a considerar, en relación a la Espiritualidad, es el efecto de la oración. Ésta ha sido objeto de numerosas investigaciones con la finalidad de establecer cómo ejerce su efecto sobre la salud. Las preguntas que se hacen los investigadores tienen que ver con su mecanismo de acción en la sanación: ¿tiene que ver con el efecto sobre las creencias religiosas del individuo?, o ¿actúa disminuyendo el estrés que complica la evolución de la enfermedad?, o ¿tiene que ver con un nexo entre el hombre y el todopoderoso como muestran algunos estudios neurológicos recientes?
Benson, quien dirige el Instituto Mind-Body en la Universidad de Harvard, ha venido estudiando desde hace 30 años el poder de la oración y se ha focalizado específicamente en el efecto que tiene sobre el cuerpo la meditación… Reporta, que todas las formas de oración producen una respuesta de relajación que combate el estrés, calma el cuerpo y promueve la sanación. Benson, ha documentado en MRI del cerebro, cómo se producen cambios físicos en el cuerpo cuando alguien medita.
En la medida que se va profundizando la relajación, comienza una intensa actividad en los lóbulos temporal y parietal, que son los encargados de controlar la orientación espacial y establecer distinciones entre el sí mismo y el mundo. Se produce una quietud que envuelve todo el cerebro…»
Extraído de «Espiritualidad y salud» Dra. Carmen Navas Pág. 37
«… Lo que de verdad necesitamos es un cambio radical en nuestra actitud hacia la vida. Tenemos que aprender por nosotros mismos y después, enseñar a los desesperados que en realidad no importa que no esperemos nada de la vida, sino si la vida espera algo de nosotros. Tenemos que dejar de hacernos preguntas sobre el significado de la vida y, en vez de ello, pensar en nosotros como en seres a quienes la vida les inquiriera continua e incesantemente.
Nuestra contestación tiene que estar hecha no de palabras ni tampoco de meditación, sino de una conducta y una actuación rectas. En última instancia, vivir significa asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a los problemas que ello plantea y cumplir las tareas que la vida asigna continuamente a cada individuo…»
Fragmentos de «El hombre en busca de sentido» de Victor Frankl – (de págs. 81 y 82)
«Una de las cosas que más llaman la atención en los escritos de San Juan de la Cruz es la lucidez con que ha descrito el sufrimiento humano, cuando el alma es embestida por la tiniebla luminosa y purificadora de la fe. Sus análisis asombran al filósofo, al teólogo y hasta al psicólogo. El Doctor Místico nos enseña la necesidad de una purificación pasiva, de una noche oscura que Dios provoca en el creyente, para que más pura sea su adhesión en fe, esperanza y amor. Sí, así es. La fuerza purificadora del alma humana viene de Dios mismo. Y Juan de la Cruz fue consciente, como pocos, de esta fuerza purificadora. Dios mismo purifica al alma hasta en los más profundos abismos de su ser, encendiendo en el hombre la llama de amor viva: su Espíritu». *
La purificación activa -la que el hombre lleva a cabo con la ayuda de la gracia – se extiende a los sentidos externos y a los sentidos internos, a las pasiones y a las potencias del alma, es decir, a todo el entramado psicosomático de la naturaleza humana. La teología católica se ha apoyado siempre en los textos revelados para hablar de estas purificaciones. El apóstol Pablo es bien explícito: «Castigo mi cuerpo y lo someto a servidumbre, no sea que habiendo sido yo heraldo para los otros, resulte descalificado».**
*San JUAN PABLO II: Visita Pastoral a España. (homenaje a San Juan de la Cruz en Segovia, 4 noviembre 1982)
«Al hombre de hoy angustiado por el sentido de la existencia, indiferente a veces ante la predicación de la Iglesia, escéptico quizá ante las mediaciones de la revelación de Dios, Juan de la Cruz invita a una búsqueda honesta, que lo conduzca hasta la fuente misma de la revelación que es Cristo, la Palabra y el Don del Padre. Lo persuade a prescindir de todo aquello que podría ser un obstáculo para la fe, y lo coloca ante Cristo. Ante El que revela y ofrece la verdad y la vida divinas en la Iglesia, que en su visibilidad y en su humanidad es siempre Esposa de Cristo, su Cuerpo Místico, garantía absoluta de la verdad de la fe.
Por eso exhorta a emprender una búsqueda de Dios en la oración, para que el hombre caiga en la cuenta de su finitud temporal y de su vocación de eternidad. En el silencio de la oración se realiza el encuentro con Dios y se escucha esa Palabra que Dios dice en eterno silencio y en silencio tiene que ser oída. Un grande recogimiento y un desasimiento interior, unidos al fervor de la oración, abren las profundidades del alma al poder purificador del amor divino.
Juan de la Cruz siguió las huellas del Maestro, que se retiraba a orar en parajes solitarios. Amó la soledad sonora donde se escucha la música callada, el rumor de la fuente que mana y corre aunque es de noche. Lo hizo en largas vigilias de oración al pie de la Eucaristía, ese “vivo pan” que da la vida, y que lleva hasta el manantial primero del amor trinitario…»
“… Somos seres frágiles, pero sabemos rezar: esta es nuestra dignidad más grande y también es nuestra fuerza. Ánimo, recen en cada momento, en cada situación, porque el Señor está cerca. Y cuando una oración es según el corazón de Jesús, obtiene milagros”
“… quien reza es como un enamorado: lleva siempre en el corazón a la persona amada, vaya donde vaya. Por eso, podemos rezar en cualquier momento, en los acontecimientos de cada día: en la calle, en la oficina, en el tren; con palabras o en el silencio de nuestro corazón”.
“… cada día que empieza, si es acogido en la oración, va acompañado de valentía, de forma que los problemas a afrontar sean estorbos a nuestra felicidad, sino llamadas de Dios, ocasiones para nuestro encuentro con Él. Cuando uno está acompañado del Señor se siente más valiente, más libre, también más feliz”.
Extractos de la audiencia del Papa Francisco el 10 de febrero de 2021
“Signos” de la omnipotencia divina y del poder salvífico del Hijo del hombre, los milagros de Cristo, narrados en los Evangelios, son también la revelación del amor de Dios hacia el hombre, particularmente hacia el hombre que sufre, que tiene necesidad, que implora la curación, el perdón, la piedad. Son, pues, “signos” del amor misericordioso proclamado en el Antiguo y Nuevo Testamento (cf. Encíclica Dives in misericordia).
Especialmente, la lectura del Evangelio nos hace comprender y casi “sentir” que los milagros de Jesús tienen su fuente en el corazón amoroso y misericordioso de Dios que vive y vibra en su mismo corazón humano. Jesús los realiza para superar toda clase de mal existente en el mundo: el mal físico, el mal moral, es decir, el pecado, y, finalmente, a aquél que es “padre del pecado” en la historia del hombre: a Satanás.
Los milagros, por tanto, son “para el hombre”. Son obras de Jesús que, en armonía con la finalidad redentora de su misión, restablecen el bien allí donde se anida el mal, causa de desorden y desconcierto. Quienes los reciben, quienes los presencian se dan cuenta de este hecho, de tal modo que, según Marcos, “sobremanera se admiraban, diciendo: “Todo lo ha hecho bien; a los sordos hace oír y a los mudos hablar!” (Mc 7, 37)
San Juan Pablo II el 9 de diciembre de 1987 en Audiencia general
«Yo, el Señor, soy el Dios de todo ser viviente: ¿hay algo imposible para mí?» Jeremías 32, 27
«Porque ustedes tienen poca fe, les dijo. Les aseguro que si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, dirían a esta montaña: «Trasládate de aquí a allá», y la montaña se trasladaría; y nada sería imposible para ustedes». Mateo 17, 20
Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que se los sirviera a la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con lo que sobró se llenaron doce canastas. Lucas 9 16-17
«No te creas demasiado sabio; honra al Señor y apártate del mal: ¡ésa es la mejor medicina para fortalecer tu cuerpo!». (Proverbios 3, 7-8) Gran remedio es el corazón alegre, pero el ánimo decaído seca los huesos. (Proverbios 17, 22)
¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndolo con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados. Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho. (Santiago 5,14-16)
«En el servicio a los enfermos, mientras las manos realizan su tarea, estén atentos: los ojos a que no falte nada, los oídos a escuchar, la lengua a animar, la mente a entender, el corazón a amar y el espíritu a orar». (San Camilo de Lelis, siglo XVI)
Para los hombres es imposible —aclaró Jesús, mirándolos fijamente—, pero no para Dios; de hecho, para Dios todo es posible. (Marcos 10-27)
¿Cómo que si puedo? Para el que cree, todo es posible. (Marcos 9-23)
Al oír esto, Jesús le dijo a Jairo: —No tengas miedo; cree nada más, y ella será sanada. (Lucas 8-50)
Ustedes son el Cuerpo de Cristo, y cada uno en particular, miembros de ese Cuerpo. En la Iglesia, hay algunos que han sido establecidos por Dios, en primer lugar, como apóstoles; en segundo lugar, como profetas; en tercer lugar, como doctores. Después vienen los que han recibido el don de hacer milagros, el don de curar, el don de socorrer a los necesitados, el don de gobernar y el don de lenguas. ¿Acaso todos son apóstoles? ¿Todos profetas? ¿Todos doctores? ¿Todos hacen milagros? ¿Todos tienen el don de curar? ¿Todos tienen el don de lenguas o el don de interpretarlas? (1ª Corintios 12, 27-30)
«Tu espíritu bueno me guíe por una tierra llana» (Sal 143,10).
«Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios […] Y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo» (Rm 8, 14.17)
III. Dones y frutos del Espíritu Santo
«La vida moral de los cristianos está sostenida por los dones del Espíritu Santo. Estos son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo.
Los siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David (cf Is 11, 1-2). Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben. Hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas.
Los frutos del Espíritu son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce: “caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad” (Ga 5,22-23, vulg.).
de “Catecismo de la Iglesia Católica”, 3° parte, art. primero, Capítulo 7, parágrafos 1830 a 1832
«El ejercicio de todas las virtudes está animado e inspirado por la caridad. Esta es “el vínculo de la perfección” (Col 3, 14); es la forma de las virtudes; las articula y las ordena entre sí; es fuente y término de su práctica cristiana. La caridad asegura y purifica nuestra facultad humana de amar. La eleva a la perfección sobrenatural del amor divino.
La práctica de la vida moral animada por la caridad da al cristiano la libertad espiritual de los hijos de Dios. Este no se halla ante Dios como un esclavo, en el temor servil, ni como el mercenario en busca de un jornal, sino como un hijo que responde al amor del “que nos amó primero” (1 Jn 4,19):
«O nos apartamos del mal por temor del castigo y estamos en la disposición del esclavo, o buscamos el incentivo de la recompensa y nos parecemos a mercenarios, o finalmente obedecemos por el bien mismo del amor del que manda […] y entonces estamos en la disposición de hijos» (San Basilio Magno, Regulae fusius tractatae prol. 3).
de “Catecismo de la Iglesia Católica”, 3° parte, art. primero, Capítulo 7, parágrafos 1827/28
«La fortaleza es la virtud moral que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien. Reafirma la resolución de resistir a las tentaciones y de superar los obstáculos en la vida moral. La virtud de la fortaleza hace capaz de vencer el temor, incluso a la muerte, y de hacer frente a las pruebas y a las persecuciones. Capacita para ir hasta la renuncia y el sacrificio de la propia vida por defender una causa justa. “Mi fuerza y mi cántico es el Señor” (Sal 118, 14). “En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: Yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33).
«Nada hay para el sumo bien como amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente. […] lo cual preserva de la corrupción y de la impureza del amor, que es lo propio de la templanza; lo que le hace invencible a todas las incomodidades, que es lo propio de la fortaleza; lo que le hace renunciar a todo otro vasallaje, que es lo propio de la justicia, y, finalmente, lo que le hace estar siempre en guardia para discernir las cosas y no dejarse engañar subrepticiamente por la mentira y la falacia, lo que es propio de la prudencia» (San Agustín, De moribus Ecclesiae Catholicae, 1, 25, 46).
Extraído de «Catecismo de la Iglesia Católica», 3° parte, art. primero, Capítulo 7, parágrafo 1808
«La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo. “Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la promesa” (Hb 10,23). “El Espíritu Santo que Él derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador para que, justificados por su gracia, fuésemos constituidos herederos, en esperanza, de vida eterna” (Tt 3, 6-7).
La virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad.
La esperanza cristiana recoge y perfecciona la esperanza del pueblo elegido que tiene su origen y su modelo en la esperanza de Abraham en las promesas de Dios; esperanza colmada en Isaac y purificada por la prueba del sacrificio (cf Gn 17, 4-8; 22, 1-18). “Esperando contra toda esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas naciones” (Rm 4, 18).
Extraído de «Catecismo de la Iglesia Católica»– Parágrafos 1817 a 1819
ARTÍCULO 7
LAS VIRTUDES
“Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta” (Flp 4, 8). La virtud es una disposición habitual y firme a hacer el bien. Permite a la persona no sólo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma. Con todas sus fuerzas sensibles y espirituales, la persona virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige a través de acciones concretas».
«El objetivo de una vida virtuosa consiste en llegar a ser semejante a Dios» (San Gregorio de Nisa, De beatitudinibus, oratio 1).
«Las virtudes humanas son actitudes firmes, disposiciones estables, perfecciones habituales del entendimiento y de la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta según la razón y la fe. Proporcionan facilidad, dominio y gozo para llevar una vida moralmente buena. El hombre virtuoso es el que practica libremente el bien. Las virtudes morales se adquieren mediante las fuerzas humanas. Son los frutos y los gérmenes de los actos moralmente buenos. Disponen todas las potencias del ser humano para armonizarse con el amor divino.
Catecismo de la Iglesia Católica – Tercera parte – Capítulo 1° Artículo 7 Parágrafos 1803-1804
«Cuando oigan hablar de la virtud, no se asusten ni la traten como palabra extraña. Realmente no está lejos de nosotros ni su lugar está fuera de nosotros; no, ella está dentro de nosotros, y su cumplimiento es fácil camino y cruzan el mar para estudiar las letras; pero nosotros no tenemos necesidad de ponernos en camino por el reino de los cielos ni de cruzar el mar para alcanzar la virtud. El Señor nos lo dijo de antemano: «El reino de los cielos está dentro de nosotros y brota de nosotros…
La virtud existe cuando el alma se mantiene en su estado natural. Es mantenida en su estado natural cuando queda como vino al ser. Y vino al ser limpia y perfectamente íntegra (Ecl 7:30). Por eso Josué, el hijo de Nun, exhortó al pueblo con estas palabras: «Mantengan íntegro sus corazones ante el Señor, el Dios de Israel» (Jos 24:26); y Juan: «Enderecen sus caminos» (Mt 3:3). El alma es derecha cuando la mente se mantiene en el estado en que fue creada. Pero cuando se desvía y se pervierte de su condición natural, eso se llama vicio del alma…
Así sus solitarias celdas en las colinas eran como las tiendas llenas de coros divinos, cantando salmos, estudiando, ayunando, orando, gozando con la esperanza de la vida futura, trabajando para dar limosnas y preservando el amor y la armonía entre sí. Y en realidad, era como ver un país aparte, una tierra de piedad y justicia. No había malhechores ni víctimas del mal ni acusaciones del recaudador de impuestos, sino una multitud de ascetas, todos con un solo propósito: la virtud. Así, al ver estas celdas solitarias y la admirable alineación de los monjes, no se podía menos que elevar la voz y decir: «¡Qué hermosas son las tiendas, oh Jacob! ¡Tus habitaciones, oh Israel! Como arroyos están extendidas, como huertos junto al río, como tiendas plantadas por el Señor, como cedros junto a las aguas» (Núm 24:5).
«La única manera de vivificar las cosas de Dios es vivificando el corazón. Cuando el corazón se puebla de Dios, los hechos de la vida se llenan del encanto de Dios. Y el corazón se vivifica en los Tiempos Fuertes. Así lo hicieron los profetas, los santos y sobre todo, Cristo.
Tiempo Fuerte significa reservar, para estar con el Señor, unos fragmentos de tiempo en el programa de las actividades, por ejemplo treinta minutos diarios, unas cuantas horas cada quince días. Tiempos fuertes no sólo para orar sino también para recuperar el equilibrio emocional, la unidad interior, la serenidad, y la paz; porque de otra manera las gentes acaban por desintegrarse en la locura de la vida.
Si salvas los Tiempos Fuertes, los Tiempos Fuertes te salvarán a tí: ¿de qué? del vacío de la vida y del desencanto existencial. Si te quejas diciendo que falta tiempo, te diré que el tiempo es cuestión de preferencias; y las preferencias dependen de las prioridades. Se tiene tiempo para lo que se quiere.
Cuando se dedica al Señor un día entero (al menos unas siete horas) en silencio y soledad, a este día se le llama Desierto. Para hacer un Desierto es conveniente, casi necesario, salir del lugar donde uno vive o trabaja, y retirarse a un lugar solitario, sea campo, bosque, montaña o una Casa de Retiro. Desierto es un tiempo fuerte dedicado a Dios en silencio, soledad y penitencia…»
«… el desierto, como lugar de encuentro con Dios y con nosotros mismos, es una experiencia enriquecedora, siempre y cuando Cristo esté en el centro de esta soledad, y el objetivo sea el encuentro relacional con Él. La soledad sin relación amorosa, puede devenir vacía y dañina. Lo más real es que Dios nos quiere en relación y felices en el jardín del amor. “Lo encontró en una tierra desierta, en una soledad poblada de aullidos: lo rodeó cuidando de él, lo guardó como a las niñas de sus ojos” (Dt 32,1-12).
Seres humanos, hijos de Dios, cuidados con ternura por Él, y llamados a deleitarnos con Dios mismo. Él tiene un proyecto de amor y salvación para toda la humanidad, y es que seamos felices amándole a Él y amándonos unos a otros: “Os doy este mandamiento nuevo: Que os améis los unos a los otros. Así como yo os amo, debéis también amaros los unos a los otros. Si os amáis los unos a los otros, todo el mundo conocerá que sois mis discípulos” (Jn 13,34). Y este amor del discipulado, ha de ser el que haga florecer las tierras resecas del corazón, devolviéndoles la vida para que vuelvan a florecer. El amor es la fuente de la vida: “Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación” (Is 12,3).
Nuestra realidad es esta: ser portadores de la esperanza que nos hace capaces de hacer florecer el desierto del mundo, para convertirlo en jardín: “El poder creador del Señor vendrá de nuevo sobre nosotros, y el desierto se convertirá en vergel, y la tierra de cultivo será mucho más fértil. La rectitud y la justicia reinarán en todos los lugares del país. La justicia producirá paz, tranquilidad y confianza para siempre.” (Is 32,15).
Extraído de «La espiritualidad del desierto» de Aventurar la vida
El lugar donde fuimos fundados.
Nuestra tradición mariana hunde sus raíces en la dedicación a María del primer oratorio construido por los eremitas en medio de sus celdas, cerca de la fuente de Elías, en uno de los tranquilos valles del Monte Carmelo. Esto significaba que ellos la reconocían como Madre de su Señor, como la Señora del Lugar. Tanto el oratorio como la fuente, en el monte de Tierra Santa, siguen recordándonos que nuestros antepasados eligieron vivir en obsequio de Jesucristo, bajo la mirada tierna de María y en la imitación de Ella y del profeta Elías, cuya solemnidad también celebramos en julio.
Mantener vivo el espíritu primigenio.
¿Qué representa Tierra Santa para la Orden hoy? Ciertamente, nos recuerda nuestros orígenes. Pero esto debería ser más que un mero vínculo sentimental con el pasado. Rememorando Tierra Santa, somos invitados a mantener vivo el espíritu que animó a aquellos hombres que dejaron sus países para peregrinar a Tierra Santa e hicieron voto de establecerse en ella, viviendo en obsequio de Jesucristo. Estos tres aspectos: ser peregrinos, permanecer y vivir en obsequio de Cristo constituyen el centro de nuestra vocación. Ya no tienen el significado concreto local que tuvieron para los primeros carmelitas, pero nosotros todavía nos consideramos un pueblo en camino, que necesita una morada estable y que está dedicado completamente a Cristo y a su servicio.
Un viaje de transformación en comunidad.
Nuestro viaje es sobre todo interior: «un viaje de transformación». Esta es la esencia de nuestra vocación y misión. Pero hay otro aspecto. Igual que la peregrinación de nuestros padres eremitas a Tierra Santa se transformó en una itinerancia de frailes mendicantes, así también para nosotros hoy viajar implica caminar al lado de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, compartiendo sus alegrías y dificultades, compartiendo a Cristo con ellos y la riqueza de nuestra espiritualidad.
Fr. Míceál O’Neill, O.Carm
Prior General
“Me siento … como alguien que estuvo en peligro de ahogarse, y al que luego en una habitación clara y caliente, se le regaló paz y acogida, aunque sigue teniendo ante sus ojos aquel mar oscuro. Qué no sentiría una persona así regalada sino una especie de <escalofrío> a la vez que una inmensa gratitud por aquel brazo fuerte, que le había cogido y salvado a tierra segura…”.
Afirmará más tarde, “la vida me ha tirado por tierra, pero el cristianismo bendito me ha dado fuerzas para retornarla otra vez, agradecida. Por eso puedo hablar, en el sentido más profundo, de un renacimiento. Ahora no hay persona en el mundo con la que quisiera cambiarme, y he aprendido amar la vida desde que sé para qué vivo”
De esta época Juan Pablo II dirá: “Durante mucho tiempo Edith Stein vivió la experiencia de la búsqueda. Su mente no se cansó de investigar, ni su corazón de esperar. Recorrió el camino arduo de la filosofía con ardor apasionado y , al final fue premiada, la Verdad la conquistó. En efecto, descubrió que la Verdad tenía un nombre: Jesucristo, y desde ese momento el Verbo encarnado fue todo para ella. Al contemplar, como carmelita, ese período de su vida, escribió a una benedictina: <Quien busca la verdad, consciente o inconscientemente busca a Dios>”.
Extraído de: Carmelo Teresa Juan
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«… No es fácil resumir en pocas palabras la profunda y articulada espiritualidad teresiana. Quiero mencionar algunos puntos esenciales. En primer lugar, santa Teresa propone las virtudes evangélicas como base de toda la vida cristiana y humana: en particular, el desapego de los bienes o pobreza evangélica, y esto nos atañe a todos; el amor mutuo como elemento esencial de la vida comunitaria y social; la humildad como amor a la verdad; la determinación como fruto de la audacia cristiana; la esperanza teologal, que describe como sed de agua viva. Sin olvidar las virtudes humanas: afabilidad, veracidad, modestia, amabilidad, alegría, cultura.
En segundo lugar, santa Teresa propone una profunda sintonía con los grandes personajes bíblicos y la escucha viva de la Palabra de Dios. Ella se siente en consonancia sobre todo con la esposa del Cantar de los cantares y con el apóstol san Pablo, además del Cristo de la Pasión y del Jesús eucarístico. Asimismo, la santa subraya cuán esencial es la oración; rezar, dice, significa «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (Vida 8, 5). La idea de santa Teresa coincide con la definición que santo Tomás de Aquino da de la caridad teologal, como «amicitia quaedam hominis ad Deum», un tipo de amistad del hombre con Dios, que fue el primero en ofrecer su amistad al hombre; la iniciativa viene de Dios.
La oración es vida y se desarrolla gradualmente a la vez que crece la vida cristiana: comienza con la oración vocal, pasa por la interiorización a través de la meditación y el recogimiento, hasta alcanzar la unión de amor con Cristo y con la santísima Trinidad. Obviamente no se trata de un desarrollo en el cual subir a los escalones más altos signifique dejar el precedente tipo de oración, sino que es más bien una profundización gradual de la relación con Dios que envuelve toda la vida…»
Aquí el texto completo de la audiencia general del Papa Benedicto XVI del 2 de febrero de 2011
«… La Palabra de Dios, sin embargo, si la hemos escuchado con atención, nos ha hablado también de otra dimensión de la condición humana, más oscura e incómoda: nuestra debilidad, nuestra ignorancia. “Ni siquiera sabemos lo que nos conviene pedir”, escribe Pablo. Miedos y deseos luchando entre ellos, nos arrastran, nos confunden, nos hacen perder el camino. Como dice Isaías con su lenguaje poético, tenemos que atravesar ríos y pasar en medio del fuego.
Sin embargo no hay contradicción entre la gloria a la cual somos destinados y el reconocimiento de esta fragilidad y pobreza. Al contrario: solo asumiendo hasta el fondo nuestra nada, podemos llegar al todo. Solo descendiendo en las profundidades oscuras de nuestro ser hombre, podemos encontrar al Dios que nos eleva a sí con alas de águila. Así, el sentido de los votos que ahora nuestros hermanos van a emitir es también este: estar preparados a experimentar la propia debilidad, el ser miserables y pecadores, sin asustarse, sin escapar, sino permaneciendo humildemente en la propia nada, confiados en el amor misericordioso de Dios. Parece que nuestra especialidad es la espiritualidad. Según mi criterio, la vida espiritual, por su radicalidad, puede y debe ser la última línea defensiva de la verdad. A menudo, sin embargo, también ella es atropellada por la niebla de los gustos y de las emociones.
Aconsejo a todos, y en modo particular a nuestros hermanos que están a punto de comprometer su vida en un camino de vida espiritual, de releer la carta que Juan de la Cruz escribió a un religioso carmelita el año 1589: es un texto profético, que golpea por su actualidad y por el rigor lógico con el que distingue entre sentimientos y amor. A Dios se llega a través de el amor, que es Dios mismo en su ser y es el amor con el que Dios nos ama. Lo que sentimos, las alegrías y las tristezas, los placeres y los disgustos, no están privados de valor: son “motivos para amar”, pero no son el amor. Si se transforman en fines, el alma se repliega sobre sí misma y se cierra a Dios…»
Extraído de Homilía en la fiesta de san Juan de la Cruz
P. Saverio Cannistrà, ocd, Prepósito General
Capilla del Teresianum, 14.12.2016