Un encuentro con Jesucristo a la intemperie
El Concilio Vaticano II recuerda cómo el trabajo humano contribuye a mejorar la sociedad y la misma creación (Lumen Gentium 41). Afirma, además, que según la Biblia, Dios mismo encontró muy bueno todo lo que había creado. (Gaudium et Spes 12) Creando y conservando el universo por su Palabra, Dios ofrece a los hombres en la creación un testimonio perenne de sí mismo. (cf. Rom 1, 19-20)
En la constitución Lumen Gentium 48 se intenta superar la dualidad, el conflicto aparente, entre la esperanza terrena y la esperanza trascendente. El Concilio nos recuerda que el destino del ser humano está vinculado al de toda la creación: La Iglesia, a la que todos estamos llamados en Cristo Jesús y en la cual conseguimos la santidad por la gracia de Dios, no alcanzará su consumada plenitud sino en la gloria celeste, cuando llegue el tiempo de la restauración de todas las cosas (cf. Hch 3, 21) y cuando, junto con el género humano, también la creación entera, que está íntimamente unida con el hombre y por él alcanza su fin, será perfectamente renovada en Cristo. (cf. Ef 1, 10; Col 1,20; 2 P 3, 10-13)
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