Eres tú magnífico en las alturas

La montaña

Eres tú magnífico en las alturas, ¡oh Yavé! (Salmo 92,4) No carece de razón el que el Eremitorio se oculte casi siempre en algún repliegue de montaña. Será que es más fácil hallar en él un desierto menos accesible a los hombres para vivir escondido. Mas ese paraje tiene también en la historia religiosa del mundo una significación divina. Es uno de los lugares privilegiados de los encuentros de Dios y debes conservarle ese sabor místico.

La montaña virgen y solitaria es una marco digno para las grandes comunicaciones del Señor. Tiene de común con el desierto las exigencias de desnudez. Pero es además un signo en el espacio de la elevación del alma por encima del hormigueo de los negocios terrenales, de los pecados y placeres de los hombres.

Es un empuje soberbio de la tierra hacia la pureza del cielo. Cuantos la escalan experimentan y refieren esa sensación tónica de una especie de virginidad ambiental que filtra la pobre naturaleza humana eliminando la fiebre de las pasiones malas. Sus cimas invioladas hablan de Dios “magnífico en las alturas”. Los mismos anacoretas paganos han cedido al atractivo de la montaña, como sí sus cumbres intactas fueran el trono de su gloria. Déjate prender en ese hechizo espiritual; no es ilusorio.

El Eremitorio tendrá para ti las gracias de esos montes benditos, escogidos por el Señor para hablar al corazón de los hombres.

Capítulo «La Montaña», segunda parte, página 25 de «El eremitorio».

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