Un encuentro con Jesucristo a la intemperie
«Tienes que contar con la repugnancia natural ante el despojo y la soledad. La renuncia y la austeridad hará que tus pasiones se rebelen y reclamen lo que creen que es suyo. Esto supone entrar en la experiencia que narra el profeta Jeremías: «¿Dónde está el Señor, que nos subió desde Egipto, nos llevó por el desierto, la estepa y los páramos, por tierra seca y sombría, una tierra intransitada en donde nadie se asienta?» (Jr 2,6).
Acepta la dura ascesis del silencio interior y trata de ser fiel al propósito de morar siempre en Dios, con el objetivo claro de disponerte activamente a la escucha humilde del Señor. Ponte en camino. El desierto no es quietud ni estancamiento, sino peregrinación y combate. No es la tierra prometida, sino el duro caminar hasta alcanzarla. Por eso no te puedes instalar, ni buscar ningún tipo de seguridad o confort. Debes aceptar ser «un forastero en tierra extraña» (1Pe 2,11; Ex 2,22; Sal 119,19).
… Una vez entres en el desierto, dedícate exclusivamente a escuchar a Dios que te habla al corazón por su Espíritu; rechazando de plano imaginaciones, recuerdos del pasado, inquietudes del futuro, curiosidades o pensamientos dispersos. No te apoyes en tus planes o proyectos, para mantenerte libre de todo lo que pueda impedir que Dios se sirva de ti según su voluntad. Él conoce bien el plan que tiene sobre ti y te dará en cada momento la gracia que necesites para llevarlo a cabo».
Extraído de «Contemplativos en el mundo»
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