Un encuentro con Jesucristo a la intemperie
«El desierto se identifica con lo árido. En la experiencia del trato de intimidad con Dios, esa circunstancia espiritual les sirve a los orantes que viven en la soledad y el silencio para no quedarse en la oración afectiva, consoladora, ni en la súplica interesada que se manifiesta en peticiones de auxilio, e introduce en su forma de orar la adoración como amistad en el trato con Dios. Saben que aunque parezca un tiempo perdido, nunca se le ganará al Señor en generosidad.
El enamorado de Dios ha experimentado que su vida no tiene sentido sin Él… es muy posible que, en la experiencia de desierto, asalte la pesadumbre por los propios pecados, aunque se quiere ser fiel al Señor. La pobreza y la debilidad se imponen muchas veces en la conciencia. En ese instante, el secreto lo enseñan quienes, en esas circunstancias, no dudaron en volver su mirada al Señor, dejándose mirar por Él…
En el desierto se forjan los testigos del amor de Dios, los que confiesan con sus vidas la absolutidad de Divina. Participar del espíritu del yermo, es gustar el sabor de la pertenencia amorosa a Dios».
Extraído de «El desierto, lugar de la Palabra» de Ángel Moreno de Buenafuente.
«Vida Nueva» 2591 – Diciembre 2007 –
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