Necesitados de Dios

El desierto impresiona. Parece que no hay nada, solo arena y arena. Uno mira alrededor y las dunas se extienden hasta donde llega la vista. Se hace casi imposible caminar y solo se escucha el viento. Es sobrecogedor. El vacío, el silencio, la monotonía, empiezan a sentirse con increíble fuerza. Asusta un poco. A veces cuando la vida se nos complica sentimos que estamos en un desierto. Sentimos el vacío y el miedo, el abandono y hasta la desesperanza de no ver ninguna señal que nos ilumine a nuestro alrededor. Ni siquiera a Dios.

La experiencia del desierto al inicio es abrumadora. Unos minutos después, sin embargo, sucede lo siguiente. Los sentidos se afinan, y se empiezan a escuchar con mayor claridad los propios pensamientos. Empieza a aflorar con fuerza lo que uno lleva en el corazón. Ahí, en ese momento, es donde se juega todo lo que viene, pues podemos decidir hacia donde queremos dirigir nuestros siguientes pasos. Ahí, aunque uno no lo vea, está Dios. Jesús inició su misión pasando un tiempo en el desierto.

Siguiendo esa costumbre cada año, cuando nos preparamos para celebrar la Semana Santa, la Iglesia nos invita durante la Cuaresma a entrar en una suerte de desierto. Lo que nos enseña la Cuaresma es útil para todos, pero sobre todo para quienes atraviesan una situación complicada en la vida. La enseñanza es la siguiente: descubrirse realmente necesitados de Dios y así acoger con alegría la noticia que llena de esperanza cualquier situación, hasta la más dura: el triunfo de Jesús sobre el mal. ¿Qué podemos aprender en el desierto?

Extraído de Catolic Link

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