Un encuentro con Jesucristo a la intemperie
«Y el desierto se engalanará y la estepa extenderá una alfombra tupida de flores bajo los pies del cortejo triunfal, y exultará de júbilo al contemplar la gloria de nuestro Dios» (Is 35,1-2). La transformación del desierto es, en ciertos pasajes apocalípticos, como el signo de la salvación final, ya que… el Mesías aparecerá en el desierto (Mt 24,26; Ap 12,6-14).
«Voz de uno que clama en el desierto: preparad el camino del Señor». Así comienza el evangelista Marcos el pregón de la «Buena Nueva»… Una vez más la salvación se iniciaba en el desierto. La liberación estaba a punto de pasar de la profecía a su cumplimiento: «Y aconteció por aquellos días que vino Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán…» «Y al punto, el Espíritu le impele al desierto» (Mc 1,9).
Los cuarenta días que Jesús pasa haciendo penitencia nos recuerdan los cuarenta años de travesía de Israel por el desierto… Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto para ser tentado por Satanás. Podemos, pues decir que, en toda la tradición bíblica, el desierto tiene un doble sentido que se complementa: Uno, como lugar de elección y otro como medio de purificación, constituyendo ambos la preparación inmediata a la entrada en la Tierra Prometida, en el Reino de Dios.
Pero lo más importante es recalcar que donde Israel sucumbió, Jesús triunfó y su triunfo fue la liberación nuestra. De aquí, que, para nosotros, la imagen del desierto, su simbolismo, toma en Cristo realidad. Superando Él toda prueba, consumada en su muerte, nos ha abierto a nosotros las puertas de la verdadera Tierra Prometida, la Nueva Jerusalén.
El texto completo en : «El desierto en la Biblia».
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