Un encuentro con Jesucristo a la intemperie
«La espiritualidad del “desierto” puede ser una actitud anímica que se vive en cualquier ambiente, también en medio de las ocupaciones cotidianas, en las megalópolis modernas, siempre que la persona tenga cierta capacidad de interiorización, soledad y silencio adecuados, etc. Pero, como norma general y para una vivencia en plenitud, es necesaria también una geografía adecuada, una cierta segregación de los lugares habitados, aunque no sea un desierto con tierra arenosa, dunas incluidas, pobre de vegetación, sin agua y estéril.
Aun a sabiendas de que los valores que encarnaron y vivieron los viejos ermitaños prácticamente han desaparecido de nuestra sociedad, de que el mundo de los Padres del Yermo está alejado de nosotros, el historiador teólogo, que se supone creyente en los grandes valores que ellos defendieron, tiene que esforzarse por hacer una lectura actualizada de aquella literatura y de las vidas de los ermitaños.
Ellos vivían en soledad y en silencio; nosotros, entre ruidos y distracciones múltiples. Ellos vivieron recogidos en su yo profundo habitado por Dios, en el que creyeron los grandes Padres del desierto; nosotros en la periferia del ser, sin posible o difícil soledad. Su oración era casi continua, la hacían con el corazón, hecha de múltiples repeticiones de una frase, a manera de jaculatorias; la nuestra es corta, pobre y hecha más con el entendimiento que con la voluntad…»
Extraído de «Voces del desierto»
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