Un encuentro con Jesucristo a la intemperie
«La mayoría de los Cristianos saben que no podemos amar a Dios sin el Espíritu Santo. Nuestra naturaleza humana se rebela contra Dios. Queremos hacer nuestra voluntad, no la de Dios. Sentimos una culpabilidad interior que nos hace huir de Dios. Como Adán en el jardín, nos escondemos de Él. A causa de esa culpabilidad, necesitamos el Espíritu Santo. Nos da perdón y paz. Cuando alguien se confiesa, el sacerdote dice, «Dios, Padre misericordioso…has enviado el Espíritu Santo para el perdón de los pecados…» Un abismo existe entre nosotros y Dios; el Espíritu Santo nos lleva sobre el.
El Espíritu Santo no solamente nos libra de culpabilidad; el reza en nosotros. San Pablo dice, «No sabemos como orar, pero el Espíritu intercede dentro de nosotros.» Parece raro decirlo así, pero cuando rezamos, Dios habla a Dios. Dios el Espíritu Santo – por Jesús – reza al Padre de parte nuestra. Si, parece extraño, pero cuando uno lo piensa, tiene sentido. No puede ser otro. Como creaturas no podemos presumir una relación al Creador del universo. Pero el Espíritu Santo nos levanta. Por el venimos a ser hijos e hijas. El Espíritu nos da el poder de caminar con Dios, a amarlo.
Como San Agustín indica, el Espíritu Santo no solamente nos hace capaces de amar a Dios; nos da el poder de amar a nuestro prójimo. No estoy hablando de un amor sentimental. Es natural ser atraído a alguien que es agradable. Pero amar a la persona que nos contradice y nos ofende, eso es algo diferente. Requiere perdón. Igual que necesitamos al Espíritu Santo para recibir perdón, lo necesitamos para extender el perdón. El Espíritu Santo nos da el poder de amar al prójimo, tal como es…»
Extraído de «El don doble del Espíritu Santo»
Pingback: Lista de publicaciones – Desierto de los anawim
Pingback: Cristología interior | Fraternidad Monástica Virtual