Un encuentro con Jesucristo a la intemperie
«… La creación cósmica. «La tierra era caos y confusión y oscuridad y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas». El Espíritu de Dios aleteando por encima de las aguas primordiales. (Gen. 1, 1-2) La creación humana. Dios sopla su Espíritu sobre la figura inerte de Adán para darle vida: «Yahvé Dios formó al hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente». (Gn. 2, 7) La creación de Jesús. «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra». (Lc. 1, 35)
La misión: El Espíritu Santo, es el comienzo de la misión de Jesús y de la misión de la Iglesia. Fuerza de Dios para cumplirla. Prisa en los caminos. Voz en las plazas. Coraje ante los tribunales. El Espíritu que descendió sobre Jesús al comienzo de su vida pública, cuando inaugura su misión salvadora en el mundo mediante su bautismo por Juan, desciende también sobre los discípulos cuando comienzan en el mundo su misión de testigos del Resucitado. El gesto de Jesús, que exhala su aliento sobre los discípulos, recuerda el del Creador que lo exhala sobre el rostro de Adán. También ahora comienza una nueva creación y una nueva vida. Ahora es el principio y en el principio era la Palabra y el Espíritu.
La creación de la Iglesia. La Iglesia es creación del Espíritu Santo. Los discípulos encerrados por miedo a los judíos son como la arcilla del suelo. Los discípulos que reciben el E.S. son ya la Iglesia viva. Han recibido el aliento-soplo-Espíritu de Jesús y crea en ella -la Iglesia- entrañas de madre que comience a parir hijos de Dios. El E.S. concede a la Iglesia el poder de bautizar -que no es simplemente perdonar los pecados- sino regalar a los hombres una nueva naturaleza creada en Cristo por la fuerza del Espíritu Santo. Un nuevo principio vital que permitirá al hombre lo que humanamente es siempre imposible: amar la voluntad de Dios.
Esa voluntad de Dios que se le presentaba al hombre desde fuera como Ley estará dentro de él identificada con su voluntad humana y la obedecerá espontáneamente: «Cuánto amo tu voluntad; todo el día la estoy meditando». (Jr 31, 33 Ez 36, 25-28 Sal 118, 97)
Extraído de «Homilías de Pentecostés»
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