Un encuentro con Jesucristo a la intemperie
«La única manera de vivificar las cosas de Dios es vivificando el corazón. Cuando el corazón se puebla de Dios, los hechos de la vida se llenan del encanto de Dios. Y el corazón se vivifica en los Tiempos Fuertes. Así lo hicieron los profetas, los santos y sobre todo, Cristo.
Tiempo Fuerte significa reservar, para estar con el Señor, unos fragmentos de tiempo en el programa de las actividades, por ejemplo treinta minutos diarios, unas cuantas horas cada quince días. Tiempos fuertes no sólo para orar sino también para recuperar el equilibrio emocional, la unidad interior, la serenidad, y la paz; porque de otra manera las gentes acaban por desintegrarse en la locura de la vida.
Si salvas los Tiempos Fuertes, los Tiempos Fuertes te salvarán a tí: ¿de qué? del vacío de la vida y del desencanto existencial. Si te quejas diciendo que falta tiempo, te diré que el tiempo es cuestión de preferencias; y las preferencias dependen de las prioridades. Se tiene tiempo para lo que se quiere.
Cuando se dedica al Señor un día entero (al menos unas siete horas) en silencio y soledad, a este día se le llama Desierto. Para hacer un Desierto es conveniente, casi necesario, salir del lugar donde uno vive o trabaja, y retirarse a un lugar solitario, sea campo, bosque, montaña o una Casa de Retiro. Desierto es un tiempo fuerte dedicado a Dios en silencio, soledad y penitencia…»
de «¿Cómo vivir un desierto?» del Padre Ignacio Larrañaga
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