Un desasimiento interior

«Al hombre de hoy angustiado por el sentido de la existencia, indiferente a veces ante la predicación de la Iglesia, escéptico quizá ante las mediaciones de la revelación de Dios, Juan de la Cruz invita a una búsqueda honesta, que lo conduzca hasta la fuente misma de la revelación que es Cristo, la Palabra y el Don del Padre. Lo persuade a prescindir de todo aquello que podría ser un obstáculo para la fe, y lo coloca ante Cristo. Ante El que revela y ofrece la verdad y la vida divinas en la Iglesia, que en su visibilidad y en su humanidad es siempre Esposa de Cristo, su Cuerpo Místico, garantía absoluta de la verdad de la fe.

Por eso exhorta a emprender una búsqueda de Dios en la oración, para que el hombre caiga en la cuenta de su finitud temporal y de su vocación de eternidad. En el silencio de la oración se realiza el encuentro con Dios y se escucha esa Palabra que Dios dice en eterno silencio y en silencio tiene que ser oída. Un grande recogimiento y un desasimiento interior, unidos al fervor de la oración, abren las profundidades del alma al poder purificador del amor divino.

Juan de la Cruz siguió las huellas del Maestro, que se retiraba a orar en parajes solitarios. Amó la soledad sonora donde se escucha la música callada, el rumor de la fuente que mana y corre aunque es de noche. Lo hizo en largas vigilias de oración al pie de la Eucaristía, ese “vivo pan” que da la vida, y que lleva hasta el manantial primero del amor trinitario…»

San Juan Pablo II (Extraído de Portal Carmelitano)

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