Un encuentro con Jesucristo a la intemperie
«Sin lugar a dudas, la oración marca con su influencia nuestras acciones y conductas, hasta tal punto que las personas que tienen el hábito de orar viven con más paz interior, manifiestan una tranquilidad de porte y reflejan en su rostro una nueva expresión. En lo más profundo de su conciencia brilla una luz: «Rezar significa dirigir el corazón a Dios; cuando una persona ora, instaura con Él una relación viva».
Cuando practicamos la oración empezamos a descubrirnos a nosotros mismos, a cultivar un sentimiento ético, de solidaridad con los más débiles. Descubrimos nuestros egoísmos, nuestra vanidad y nuestros desatinos. Propiamente entendida, la oración es una actividad madura, indispensable para el desarrollo complejo de la personalidad y para la integración de las facultades más profundas del ser humano. Justamente a través de la oración podemos alcanzar la armonía y la unificación de «cuerpo, mente y espíritu», que es lo que otorga a la frágil constitución humana su fortaleza invencible.
Los estudios de la Dra. Targ Fisher, sobrina del maestro de ajedrez, graduada en Stanford y profesora de psiquiatría en la Universidad de San Francisco de California, también han puesto en evidencia el papel positivo de la espiritualidad en el proceso de curación. En este sentido, como médico católico, apostólico y romano he podido observar a pacientes desquiciados y desesperados por todo tipo de terapias librarse de enfermedades y del sufrimiento gracias a su entrega a la oración. Son muchos los pacientes que han descubierto que la oración los provee de una corriente continua de poder que los sostiene inalterables en sus vidas cotidianas…»
Párrafos extraídos de «El poder terapéutico de la oración»
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