En el sosiego esta la fuerza

5. «… Podréis fijar vuestros lugares de residencia en los desiertos, o donde quiera os lo ofrezcan adecuados y aptos para la observancia de vuestro modo de vida religiosa, según el oportuno parecer del Prior y de los hermanos…

19. …Revestíos la coraza de la justicia, de manera que améis al Señor vuestro Dios con todo el corazón, con toda la mente, con todas las fuerzas, y a vuestro prójimo como a vosotros mismos… Cubríos la cabeza con el yelmo de la salvación, de manera que sólo la esperéis del Salvador, que es quien salvará a su pueblo de sus pecados.

21. El Apóstol recomienda el silencio cuando ordena trabajar callando; de la misma manera el profeta afirma: el silencio favorece la justicia; y más todavía: en el sosiego y la esperanza está vuestra fuerza… Cada uno de vosotros, pues, sopese sus palabras, y refrene rectamente su boca, para no resbalar y caer a causa de la lengua y su caída sea incurable y mortal. Vigile sobre su conducta, para no pecar con sus palabras, como dice el profeta; y cuide atenta y prudentemente de mantener aquel silencio que favorezca la justicia…»

Extraído de «La Regla Carmelita»

Un lugar de gran silencio

«…San Marcos nos dice que “Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió Jesús y se fue a un lugar desierto (erēmon topon), y allí oraba” (Marcos 1, 35). Vemos que es a un lugar desierto al cual se fue. No sólo es el desierto el mejor lugar para orar, sino que la noche es el mejor tiempo para orar, es decir, “muy de mañana, siendo aún muy oscuro” .

Ambos el cuerpo y el espíritu pueden orar mejor en este tiempo… en un lugar de gran silencio. Podemos imitar a Jesús en esto si nos levantamos muy de mañana y nos sentamos en tranquilidad, en un lugar oscuro, por mucho tiempo, con los ojos cerrados, rezando muchas veces la oración de Jesús. Hay una gran tradición de personas que han imitado a Jesús en esto desde los Padres del Desierto hasta hoy. Este tipo de contemplación es esencial si queremos experimentar la luz interior de Dios brillando en nuestro corazón, iluminándonos del amor de Dios y de la paz celestial.

No es que Dios siempre se nos revela así tan claramente, pero debemos orar así cada día por tiempo suficiente, sentados en quietud, en el silencio del desierto, en la oscuridad de la noche, con los ojos cerrados, enfocados en Dios. Entonces, cuando Dios quiere revelársenos en luz, nos encontrará listos, en quietud, esperando, y abiertos para recibirle…»

Homilía del 16°domingo del año, 22 de julio de 2012 – Pbro. P. Steven Scherrer

mansedumbre ante Dios

Parte I
ABRAZANDO LA CRUZ

«Es necesario que aprendas a alejarte de los pensamientos innecesarios y agitados que surgen del amor propio. No cabe duda de que cuando tus propias reflexiones se hagan a un lado te hallarás en medio del camino recto y estrecho. Experimentarás la libertad y la paz que han de ser para ti como niño de Dios.

Intento seguir el mismo consejo que doy a otros. Sé que debo buscar la paz de igual manera. Normalmente cuando sufres, es la vida de tu propia naturaleza la que te hace daño. Cuando estás muerto no sufres. Si estuvieras completamente muerto a tu antigua naturaleza dejarías de sentir muchas de las penas que ahora te preocupan.

Soporta los dolores y heridas de tu cuerpo con paciencia. Haz lo mismo con tus aflicciones espirituales (esto es, problemas que te han puesto por el camino y que no puedes controlar). No agudices la cruz de tu vida volviéndote tan ocupado que no tengas tiempo de sentarte en mansedumbre ante Dios. No te resistas a lo que Dios trae a tu vida. Estate dispuesto a sufrir si eso fuera lo necesario. La actividad desenfrenada y la terquedad sólo conseguirán incrementar tu angustia…»

Extraído de «El camino de la Cruz» de Fenelón, Arzobispo de Cambray (1651-1715)

Dispuestos a confiar

«El Evangelio de hoy es de Marcos, 5,21-43 y nos muestra que Dios es un Dios de vivos y Jesús no solo tiene poder sobre la enfermedad (la curación de la mujer con flujos de sangre), sino que también lo tiene sobre la muerte. La oferta de Dios llega por tanto hasta el límite entre la vida y la muerte y su poder se manifiesta eficaz, incluso en la propia muerte. Frente a los que consideran que la muerte tiene la última palabra, y de que no hay nada en este mundo más seguro que la muerte, las palabras de Jesús nos resultan absurdas, si no es que estamos dispuestos a confiar en él como Jairo y a poner toda nuestra confianza en su amor que no decepciona. 

Por una parte, están los que impiden la ida de Jesús a la casa de la niña y por otra parte la decisión de Jesús de ir. Solo el que tiene fe en la Palabra del Señor, puede contemplar el milagro de la vida. Por otro lado, está el que considera esto como algo absurdo, quedándose a su vez, prisionero de la muerte, una muerte para la que no hay resurrección. Solo el amor compartido en la solidaridad concreta, es lo que nos permite participar en el don de la resurrección.

Después de resucitar a la hija de Jairo, Jesús insiste en que le den de comer. También hoy a nosotros, después de escuchar las palabras de Jesús se nos da él mismo, como alimento, para que nuestro morir sea un dormir y para que no tengamos miedo a la muerte como tampoco tenemos miedo al dormir».

Extraído de la homilía del 13 Domingo del T.Ordinario, Ciclo B

El camino de Cristo invisible

“Si te diriges a la soledad con lengua silenciosa, el silencio de los seres mudos compartirá contigo su reposo. Pero si vas hacia la soledad con el corazón silencioso, el silencio de la Creación te hablará más alto que las lenguas de los hombres y de los ángeles”…

«Estar aquí en el silencio de la filiación en mi corazón es ser un centro en el que todas las cosas convergen en ti… Por eso, Padre, te pido que me conserves en este silencio para que aprenda de él la palabra de tu paz y la palabra de tu misericordia y la palabra de tu amabilidad dicha al mundo: y que a través de mí quizá tu palabra de paz se deje oír donde durante mucho tiempo no ha sido posible que nadie la oyera»…

“El ‘desierto’ de la contemplación es sencillamente una metáfora para explicar el estado de vacío que experimentamos cuando hemos abandonado todos los caminos, nos hemos olvidado de nosotros mismos y hemos tomado a Cristo invisible como nuestro camino”…

Extraído de «Tomas Merton: Desierto» de Francisco Pascual OCSO – Abadía de Viaceli

Abandonar el hombre viejo

«Bella es la oración, que imprime en el alma una idea clara de Dios, y esto es dar hospedaje a Dios; tener, por el recuerdo, a su Dios instalado en sí. Llegamos a ser templo de Dios cuando las preocupaciones terrestres no interrumpen la continuidad de este recuerdo de Dios…»

«Después de renunciar a todo lo que poseemos y abandonar el mundo para retirarnos a la soledad, es preciso guardar nuestro corazón con toda vigilancia para no perder el continuo pensamiento de Dios y no manchar con vanas imaginaciones el recuerdo de sus maravillas. Conviene, al contrario, llevar en todo lugar el santo pensamiento de Dios como sello indeleble impreso en nuestras almas, acordándonos sin cesar de él con corazón puro. Es así como nos será posible obtener el amor de Dios»

Regulae fusius tractatae 5,2 (Basilio de Cesarea)

«Aunque nos hayamos despojado del hombre viejo por el bautismo, según la doctrina de San Pablo, y hayamos revestido el nuevo en su lugar, no notamos ni cuándo nos despojamos ni cuándo nos revestimos, porque fue la gracia la que obró ambas cosas. El misterio se realizó en nosotros en aquel momento sólo por la audición de la fe; ahora se trata de querer abandonar al hombre viejo y notar que lo abandonamos por nuestro trabajo y nuestra fatiga, y no sólo por la audición de la fe; por la experiencia, por los sufrimientos y las lágrimas, por el amor de Dios y las oraciones puras, por continuas plegarias y la admiración y la contemplación de la majestad de Dios, por una carrera rápida del hombre interior hacia el Señor»

Homilías de Filoxeno de Mabug: SC 44, 258
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El lugar de lo esencial

«Imaginemos que estamos en un desierto. La primera sensación sería la de encontrarnos rodeados por un gran silencio: nada de ruido aparte del viento y de nuestra respiración. El desierto es el lugar de desconexión del estruendo que nos rodea. Es la ausencia de palabras para hacer espacio a otra Palabra, la Palabra de Dios, que como una brisa ligera nos acaricia el corazón (1 Reyes 19,12). El desierto es el lugar de la Palabra, con mayúsculas. En la Biblia, de hecho, el Señor ama hablarnos en el desierto. El en desierto entrega a Moisés las “diez palabras”, los diez mandamientos. Y cuando el pueblo se aleja de Él, convirtiéndose en una esposa infiel, Dios dice: «la llevaré al desierto y hablaré a su corazón. Ella responderá allí como en los días de su juventud (Oseas 2, 16-17).

En el desierto se escucha la Palabra de Dios, que es como un sonido ligero. El Libro de los Reyes dice que la Palabra de Dios es como un hilo de silencio sonoro. En el desierto se encuentra la intimidad con Dios, el amor del Señor. Jesús amaba retirarse cada día a lugares desiertos a rezar (Lucas 5, 16). Nos enseñó cómo buscar al Padre, que nos habla en el silencio. Y no es fácil hacer silencio en el corazón, porque nosotros tratamos siempre de hablar un poco, de estar con los demás.

Es el tiempo para dedicarse a una sana ecología del corazón, a hacer limpieza ahí. Vivimos en un ambiente contaminado por demasiada violencia verbal, por tantas palabras ofensivas y nocivas, que la red amplifica. Hoy se insulta como quien dice “buenos días”. Estamos inundados de palabras vacías, de publicidad, de mensajes solapados. Nos hemos acostumbrado a oír de todo a todos y corremos el riesgo de deslizarnos en una mundanidad que nos atrofie el corazón y no hay bypass para sanar eso, sino solo el silencio. Nos cuesta distinguir la voz del Señor que nos habla, la voz de la conciencia, la voz del bien. Jesús, llamándonos en el desierto, nos invita a prestar escucha a lo que cuenta, a lo importante, a lo esencial…»

Extraído de palabras del Santo Padre Francisco

¡lleva mi alma..!

«Elías está solo. La inmensa soledad del desierto que lo rodea no es más que una imagen del aislamiento y soledad en su fe. Todo su celo ha sido impotente. Allí conoce ese profundo sentimiento de frustración que habita tan frecuentemente al corazón del hombre. Los más bellos triunfos no “dan resultado”. Y hasta es posible quizá que ahí hallemos nosotros el más agudo conocimiento de nuestra miseria interior.

Aunque uno fuera instrumento de milagros prodigiosos, eso no cambia al hombre viejo. Los milagros no son, no hacen santidad. Si a Dios le agrada servirse de nosotros para unas obras exteriores –-sin hablar de milagros, por ejemplo, el apostolado, la predicación–-, nosotros volvemos a encontrarnos con todo el peso de lo que somos, con esa desproporción más sentida todavía entre lo que es de Dios y lo que es nuestro. Esa es la confesión conmovedora del santo: No valgo más que mis padres, A la que hace eco en su carta el apóstol Santiago: Elías no era más que un hombre, sujeto a las mismas miserias que nosotros.

El rudo Tesbita vestido de pelo, que tenemos siempre con tendencia al mirar hierático, lejano, sobre las cumbres en que se crea la luz, está ahí tan parecido a nosotros, tan próximo a la experiencia de nuestra miseria Yahvé le había puesto sobre unas fuertes montañas, y le decía, en su seguridad: “¡Nunca te perturbará nada!” Que esconda Dios su rostro, y ahí lo tienes deshecho (Sal 30, 7-8). La sobriedad del relato nos deja adivinar que Elías ha conocido en el desierto la gran purificación de la fe, que ha pasado por la tiniebla mística: “Basta, Yahvé! Lleva mi alma”. Está agotado, porque “el combate espiritual es tan brutal como una batalla de hombres…»

Pertenece al capítulo VIII, “Elías y nosotros” del libro “Caminos a través de la Biblia” de Sor Jeanne D´Arc y publicado por Desclée de Brouwer en 1994.

El libro abierto de las almas

«El espíritu de Dios es el que, con la pluma en la mano, sigue escribiendo en el libro abierto de las almas la historia sagrada, que en modo alguno terminó ya, y cuya materia no se agotará hasta el fin del mundo. Esta historia no es sino la crónica del gobierno de Dios y de sus designios sobre los hombres. Y nosotros figuramos en la continuación de esa historia, si unimos nuestros sufrimientos y acciones a su guía. No, no, todo lo que se nos presenta, para hacer o para sufrir, no es para perdernos. Son únicamente medios para que se continúe esta Escritura santa, que se acrecienta todos los días.

Un alma santa es aquella que se somete libremente, con la ayuda de la gracia, a la voluntad de Dios. Todo lo que precede al puro consentimiento es obra de Dios, y en modo alguno obra del hombre, que le recibe a ciegas en un abandono e indiferencia universal. Dios no le exige sino esta única disposición; el resto, Él lo determina y elige según sus designios, como un arquitecto señala y escoge las piedras.

Así pues, es preciso amar a Dios en todo, en todo su orden providencial. Es necesario amarle sea cual fuere el modo con que se presente al alma, sin desearle de otra forma. Si éstos u otros objetos son ofrecidos, eso no es asunto del alma, sino de Dios, que da lo mejor para el alma. El gran compendio, la máxima más sublime de la espiritualidad, es este abandono puro y entero a la voluntad de Dios, en un continuo olvido de sí mismo…»

Extraído de “El abandono en la Divina Providencia”

Ecología del corazón

«Es el tiempo para dedicarse a una sana ecología del corazón, a hacer limpieza ahí. Vivimos en un ambiente contaminado por demasiada violencia verbal, por tantas palabras ofensivas y nocivas, que la red amplifica. Hoy se insulta como quien dice “buenos días”. Estamos inundados de palabras vacías, de publicidad, de mensajes solapados. Nos hemos acostumbrado a oír de todo a todos y corremos el riesgo de deslizarnos en una mundanidad que nos atrofie el corazón y no hay bypass para sanar eso, sino solo el silencio.

Nos cuesta distinguir la voz del Señor que nos habla, la voz de la conciencia, la voz del bien. Jesús, llamándonos en el desierto, nos invita a prestar escucha a lo que cuenta, a lo importante, a lo esencial. Al diablo que lo tentaba, le respondió: «No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mateo 4, 4). Como el pan, más que el pan nos hace falta la Palabra de Dios, necesitamos hablar con Dios: necesitamos rezar. Porque solo frente a Dios salen a la luz las inclinaciones del corazón y caen las dobleces del alma. He aquí el desierto, lugar de vida, no de muerte, porque dialogar en silencio con el Señor nos da vida.

Tratemos de nuevo de pensar en el desierto. El desierto es el lugar de lo esencial. Miremos nuestras vidas: ¡cuántas cosas inútiles nos rodean! Perseguimos mil cosas que parecen necesarias y en realidad no lo son. ¡Qué bien nos haría liberarnos de tantas realidades superfluas, para redescubrir lo que de verdad importa, para encontrar los rostros de quienes están a nuestro lado!…»

Lee el texto completo en «Significado espiritual del desierto» – Palabras del Papa Francisco

Delicia para las almas

«Una sola fe común a todos; una participación común en las mismas fuentes de la gracia; un solo palpitar de oraciones, de sacrificios y de trabajos por el nombre, por el reino y por la realización de la voluntad del Señor. Todo aquí quiere ser concordia y armonía que apague resentimientos, convierta los corazones, modere las avideces. Todo quiere redundar en edificación: el Evangelio vivido, la mansedumbre practicada, la justicia santa impregnada de caridad y realizada entre hombre y hombre, entre pueblo y pueblo.

La contemplación del misterio Eucarístico constituye una delicia para las almas; la manifestación externa y social de la fe hace vibrar la devoción personal de cada cristiano y anima el fervor apostólico. —¡ Oh Jesús! ¡Mira! De cada altar y de cada corazón cristiano se alza en este día la más sentida y emocionada plegaria: —¡Oh Jesús!, míranos desde tu Sacramento como el Doctor Angélico te invoca y con él toda la Iglesia: bone pastor, Jesu panis vere: ésta es la grey que has reunido desde los cuatro puntos de la tierra; la grey que escucha tus palabras de vida y que se propone custodiarla, practicarla, difundirla… —¡Oh Jesús, alimento sobrenatural de las almas, a Ti acude este pueblo inmenso..!

Desengañado de las perspectivas de una irrealizable felicidad terrena, vuelve a considerar su vocación humana y cristiana con nuevos impulsos de virtudes interiores, con prontitud para el sacrificio del que Tú diste prueba incomparable verbo et exemplo, con el ejemplo y con la palabra. Hermano del hombre, has precedido Tú los pasos de cada hombre, has visto y perdonado las culpas de cada uno, has elevado a todos a un testimonio de vida más noble, más convencido, más activo. —¡Oh Jesús! Panis vere!, único alimento substancial de las almas, recoge a todos los pueblos en torno a tu mesa: ella es una realidad divina sobre la tierra, es prenda de divinos favores, es seguridad de justa comprensión entre las gentes y de pacífica competición para el verdadero progreso de la civilización».

SOLEMNIDAD DE CORPUS CHRISTI

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN XXIII
AL TERMINAR LA PROCESIÓN


Jueves 21 de junio de 1962

de Pura Providencia

Voluntad divina ya expresada y voluntad divina providente

«Se trata de una plena dependencia respecto a lo que Dios quiera y de una pasividad continua para ser y para obrar, según la libre voluntad de Dios. Y aquí es preciso destacar que ésta es una voluntad desconocida, imprevisible, fortuita o, por así decirlo, casual. Yo le llamaría una voluntad de pura providencia, para distinguirla de aquella voluntad que señala obligaciones precisas, de las que nadie puede dispensarse.

Pues bien, dejando aparte esta voluntad señalada y precisa, digo que estas almas a las que me refiero viven pendientes de esa otra que yo llamo de pura providencia. Y así sucede que su vida, aunque muy extraordinaria, no ofrece sin embargo nada que no sea muy común y ordinario. Son personas que cumplen sus deberes religiosos y los de su estado, lo mismo que aparentemente vienen haciendo los demás.

Observadles con atención, y no apreciaréis nada impresionante, ni especial. Todas ellas viven el curso de los acontecimientos ordinarios, y aquello que podría distinguirlas no resulta asequible a los sentidos. Lo que parece representar todo para ellas es esa dependencia continua que mantienen respecto de la voluntad de Dios. Esta voluntad de pura providencia las hace siempre señoras de sí mismas, por la continua sumisión de su corazón. Y sea que cooperen ellas expresamente o que obedezcan sin advertirlo, están sirviendo para el bien de las almas…»

Extraído de «El abandono en la Divina Providencia»

El crisol del alma

«Tan pronto prodiga Dios las consolaciones sensibles o las dulzuras espirituales, como las da con medida, o bien retira la dulzura, produciendo en el alma un gran vacío. Esta pena es terrible cuando se prolonga indefinidamente; se calma y da lugar a la paz a medida que el alma se desprende de la satisfacción y se adhiera a sólo el beneplácito divino. En la voluntad de Dios significada es donde hemos de encontrar nuestros medios fundamentales, regulares, de todos los días, como anteriormente dejamos indicado.

Las consolaciones y las arideces son medios accidentales y variables que Dios nos proporciona según su beneplácito, y son de eficacia real, a veces decisiva, sin que por esto hayan de hacer olvidar los medios esenciales. De todo esto se sigue que no conviene dar a las consolaciones y arideces exagerada importancia; el fin y los medios esenciales son los que deben merecer nuestra principal atención, quedando en segundo término las consolaciones y las arideces.

Las arideces espirituales y las desolaciones sensibles son excelente purgatorio donde el alma cancela sus deudas, más aún, son el crisol en que se purifica. El fin que nos hemos de proponer, es este perfecto amor que nos une estrechamente a Dios por un mismo querer y no querer. Esta es la devoción sustancial. Pongamos un santo ardor en conseguirlo por los medios que de nosotros dependen y que la voluntad de Dios significada nos indica…»

de «El Santo abandono» de Dom Vital Lehodey en «El Teólogo responde»

Lo que mi alma anhela

«Muchos han intentado explicar las raíces y los motivos que dieron origen a la vida monástica, pero las máximas de los Padres y su experiencia de vida nos muestran que el monje es “el mártir viviente”, y que “han dejado el mundo por la única realidad que tiene valor: Dios”. Es quien quiere responder al amor de Dios; así como lo expresa bien un versículo de la Santa Misa Copta, que nosotros llamamos Liturgia Divina, en el que la persona se dirige a Dios diciendo: “No hay nada en las palabras dichas que pueda delinear «Tu amor por los hombres”.

San Jerónimo dice que mediante su ascética y su vida eremítica es como si dijeran: “El amor divino me ha flechado”; y que cada uno repitiera: “He encontrado lo que mi alma anhela, lo agarro fuerte y no lo dejaré nunca”. El deseo de estos monjes era, por lo tanto, donarse completamente a este amor, y para consagrarse a Él no encontraron otra cosa que dejar la ciudad.

San Basilio lo anunciaba claramente: “Quien ama a Dios deja todo y va hacia Él”. Y se dice que para San Tawadros, discípulo de Pacomio, su “único interés en el mundo era amar a Dios con todo el corazón según el mandamiento de Jesucristo”. Se intuye que la raíz de la vida ascética es asemejarse a Cristo: el despojamiento completo de sí, seguir la voluntad del Padre, la virginidad, en un contacto continuo con Dios Padre mediante la oración. El Padre Matta El Meskin lo explica bien: “La garantía de nuestra consagración (el ser monjes) está en el aferrarse a Cristo personalmente, y atenerse a la Biblia. Y así, con Cristo y la Biblia, podremos caminar por nuestra vía, creciendo continuamente, hasta el final”…

Extraído de «Los monjes del desierto»

El poder del Altísimo

«… La creación cósmica. «La tierra era caos y confusión y oscuridad y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas». El Espíritu de Dios aleteando por encima de las aguas primordiales. (Gen. 1, 1-2) La creación humana. Dios sopla su Espíritu sobre la figura inerte de Adán para darle vida: «Yahvé Dios formó al hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente». (Gn. 2, 7) La creación de Jesús. «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra». (Lc. 1, 35)

La misión: El Espíritu Santo, es el comienzo de la misión de Jesús y de la misión de la Iglesia. Fuerza de Dios para cumplirla. Prisa en los caminos. Voz en las plazas. Coraje ante los tribunales. El Espíritu que descendió sobre Jesús al comienzo de su vida pública, cuando inaugura su misión salvadora en el mundo mediante su bautismo por Juan, desciende también sobre los discípulos cuando comienzan en el mundo su misión de testigos del Resucitado. El gesto de Jesús, que exhala su aliento sobre los discípulos, recuerda el del Creador que lo exhala sobre el rostro de Adán. También ahora comienza una nueva creación y una nueva vida. Ahora es el principio y en el principio era la Palabra y el Espíritu.

La creación de la Iglesia. La Iglesia es creación del Espíritu Santo. Los discípulos encerrados por miedo a los judíos son como la arcilla del suelo. Los discípulos que reciben el E.S. son ya la Iglesia viva. Han recibido el aliento-soplo-Espíritu de Jesús y crea en ella -la Iglesia- entrañas de madre que comience a parir hijos de Dios. El E.S. concede a la Iglesia el poder de bautizar -que no es simplemente perdonar los pecados- sino regalar a los hombres una nueva naturaleza creada en Cristo por la fuerza del Espíritu Santo. Un nuevo principio vital que permitirá al hombre lo que humanamente es siempre imposible: amar la voluntad de Dios.

Esa voluntad de Dios que se le presentaba al hombre desde fuera como Ley estará dentro de él identificada con su voluntad humana y la obedecerá espontáneamente: «Cuánto amo tu voluntad; todo el día la estoy meditando». (Jr 31, 33 Ez 36, 25-28 Sal 118, 97)

Extraído de «Homilías de Pentecostés»

Unión en la diversidad

Solemnidad de pentecostés

«Vayamos, pues, al comienzo de la Iglesia, al día de Pentecostés. Y fijémonos en los Apóstoles: muchos de ellos eran gente sencilla, pescadores, acostumbrados a vivir del trabajo de sus propias manos, pero estaba también Mateo, un instruido recaudador de impuestos. Había orígenes y contextos sociales diferentes, nombres hebreos y nombres griegos, caracteres mansos y otros impetuosos, así como puntos de vista y sensibilidades distintas. Todos eran diferentes. Jesús no los había cambiado, no los había uniformado y convertido en ejemplares producidos en serie. No. Había dejado sus diferencias y, ahora, ungiéndolos con el Espíritu Santo, los une. La unión —la unión de la diversidad— se realiza con la unción. En Pentecostés los Apóstoles comprendieron la fuerza unificadora del Espíritu. La vieron con sus propios ojos cuando todos, aun hablando lenguas diferentes, formaron un solo pueblo: el pueblo de Dios, plasmado por el Espíritu, que entreteje la unidad con nuestra diversidad, y da armonía porque en el Espíritu hay armonía.

Pero volviendo a nosotros, la Iglesia de hoy, podemos preguntarnos: “¿Qué es lo que nos une, en qué se fundamenta nuestra unidad?”. También entre nosotros existen diferencias, por ejemplo, de opinión, de elección, de sensibilidad. Pero la tentación está siempre en querer defender a capa y espada las propias ideas, considerándolas válidas para todos, y en llevarse bien sólo con aquellos que piensan igual que nosotros. Y esta es una fea tentación que divide. Pero esta es una fe construida a nuestra imagen y no es lo que el Espíritu quiere. En consecuencia, podríamos pensar que lo que nos une es lo mismo que creemos y la misma forma de comportarnos. Sin embargo, hay mucho más que eso: nuestro principio de unidad es el Espíritu Santo. Él nos recuerda que, ante todo, somos hijos amados de Dios; todos iguales, en esto, y todos diferentes…

Si tenemos en mente a un Dios que arrebata, que se impone, también nosotros quisiéramos arrebatar e imponernos: ocupando espacios, reclamando relevancia, buscando poder. Pero si tenemos en el corazón a un Dios que es don, todo cambia. Si nos damos cuenta de que lo que somos es un don suyo, gratuito e inmerecido, entonces también a nosotros nos gustaría hacer de la misma vida un don. Y así, amando humildemente, sirviendo gratuitamente y con alegría, daremos al mundo la verdadera imagen de Dios. El Espíritu, memoria viviente de la Iglesia, nos recuerda que nacimos de un don y que crecemos dándonos; no preservándonos, sino entregándonos sin reservas…».

Fragmentos de la Homilía del Santo Padre FranciscoSanta Misa de la solemnidad de Pentecostés 2020

icono extraído de Pravoslavie

Necesidad del Espíritu Santo

«La mayoría de los Cristianos saben que no podemos amar a Dios sin el Espíritu Santo. Nuestra naturaleza humana se rebela contra Dios. Queremos hacer nuestra voluntad, no la de Dios. Sentimos una culpabilidad interior que nos hace huir de Dios. Como Adán en el jardín, nos escondemos de Él. A causa de esa culpabilidad, necesitamos el Espíritu Santo. Nos da perdón y paz. Cuando alguien se confiesa, el sacerdote dice, «Dios, Padre misericordioso…has enviado el Espíritu Santo para el perdón de los pecados…» Un abismo existe entre nosotros y Dios; el Espíritu Santo nos lleva sobre el.

El Espíritu Santo no solamente nos libra de culpabilidad; el reza en nosotros. San Pablo dice, «No sabemos como orar, pero el Espíritu intercede dentro de nosotros.» Parece raro decirlo así, pero cuando rezamos, Dios habla a Dios. Dios el Espíritu Santo – por Jesús – reza al Padre de parte nuestra. Si, parece extraño, pero cuando uno lo piensa, tiene sentido. No puede ser otro. Como creaturas no podemos presumir una relación al Creador del universo. Pero el Espíritu Santo nos levanta. Por el venimos a ser hijos e hijas. El Espíritu nos da el poder de caminar con Dios, a amarlo.

Como San Agustín indica, el Espíritu Santo no solamente nos hace capaces de amar a Dios; nos da el poder de amar a nuestro prójimo. No estoy hablando de un amor sentimental. Es natural ser atraído a alguien que es agradable. Pero amar a la persona que nos contradice y nos ofende, eso es algo diferente. Requiere perdón. Igual que necesitamos al Espíritu Santo para recibir perdón, lo necesitamos para extender el perdón. El Espíritu Santo nos da el poder de amar al prójimo, tal como es…»

Extraído de «El don doble del Espíritu Santo»

La plenitud de Cristo

«Os exhorto, pues, yo, preso por el Señor, a que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados, con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido llamados. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos. A cada uno de nosotros le ha sido concedido el favor divino a la medida de los dones de Cristo.

Por eso dice: Subiendo a la altura, llevó cautivos y dio dones a los hombres. ¿Qué quiere decir «subió» sino que también bajó a las regiones inferiores de la tierra? Este que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos, para llenarlo todo. El mismo «dio» a unos el ser apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelizadores; a otros, pastores y maestros, para el recto ordenamiento de los santos en orden a las funciones del ministerio, para edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo».

Efesios 4, 1 – 13

Extraído de Aciprensa

Tu espíritu en la creación

«El mundo entero está en tu presencia,
como la gota de rocío que a la mañana baja sobre la tierra.
Amas a todos los seres
y nada de lo que hiciste aborreces…
pues tu espíritu incorruptible está en todas ellas
«.

Sabiduría (11,22–12,1)

«Si esto es así, si un rastro del Creador, su espíritu incorruptible, está presente en todas sus obras, éstas pueden llegar a ser un espejo que lo refleje, cada una a su modo. Esta idea está ya implícita en las palabras de Job y de sus amigos. San Pablo la desarrollará y sacará de ella conclusiones cuando reproche a los paganos no haber reconocido a Dios a través del esplendor de su creación. En efecto lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de las obras: su poder eterno y su divinidad».

Romanos (1,20)

de «LA VIDA DE ORACIÓN: COMPROMISO PARA LA SALVAGUARDA DE LA CREACIÓN» – ANDRÉ LOUF, OCSO

Voces del desierto

«La espiritualidad del “desierto” puede ser una actitud anímica que se vive en cualquier ambiente, también en medio de las ocupaciones cotidianas, en las megalópolis modernas, siempre que la persona tenga cierta capacidad de interiorización, soledad y silencio adecuados, etc. Pero, como norma general y para una vivencia en plenitud, es necesaria también una geografía adecuada, una cierta segregación de los lugares habitados, aunque no sea un desierto con tierra arenosa, dunas incluidas, pobre de vegetación, sin agua y estéril.

Aun a sabiendas de que los valores que encarnaron y vivieron los viejos ermitaños prácticamente han desaparecido de nuestra sociedad, de que el mundo de los Padres del Yermo está alejado de nosotros, el historiador teólogo, que se supone creyente en los grandes valores que ellos defendieron, tiene que esforzarse por hacer una lectura actualizada de aquella literatura y de las vidas de los ermitaños.

Ellos vivían en soledad y en silencio; nosotros, entre ruidos y distracciones múltiples. Ellos vivieron recogidos en su yo profundo habitado por Dios, en el que creyeron los grandes Padres del desierto; nosotros en la periferia del ser, sin posible o difícil soledad. Su oración era casi continua, la hacían con el corazón, hecha de múltiples repeticiones de una frase, a manera de jaculatorias; la nuestra es corta, pobre y hecha más con el entendimiento que con la voluntad…»

Extraído de «Voces del desierto»

No vacilemos

«Podemos todo por la oración. Si no recibimos nada es porque o nos falta fe o no hemos orado bastante, o porque no sería conveniente para nosotros que lo que solicitamos nos sea concedido, o porque Dios nos quiera conceder otra cosa mejor que lo que pedimos. Pero jamás no recibiremos lo que pedimos porque sea demasiado difícil de obtener; nada es imposible de obtener…

No vacilemos en pedir a Dios aun las cosas más difíciles, tales como la conversión de los grandes pecadores, de naciones enteras; pidámosle más que todas, aquellas que son las más difíciles, con la confianza de que Dios nos ama apasionadamente…; pero pidamos con fe, con insistencia, con constancia, con amor, con buena voluntad…, y estemos seguros de que si pedimos así y con suficiente confianza, seremos escuchados, recibiendo la gracia solicitada o una mejor…

Para que nuestra vida sea una vida de oración es necesario dos cosas: primeramente, que ella encierre en sí misma un tiempo suficientemente largo cada día consagrado a la oración; después, que durante las horas consagradas a otras ocupaciones quedemos unidos a Dios, conservando la presencia y volviéndonos a Él por frecuentes elevaciones de nuestros corazones y miradas…»

De los «Escritos espirituales» de Charles de Foucauld

Una disposición del corazón

«Permanecer pequeño es reconocer su nada, esperar todo de Dios, como un niño espera todo de su Padre, es no inquietarse por nada, es no ganar un capital. Aún entre los pobres se da al niño lo que necesita, pero apenas crece, su padre no quiere seguir alimentándolo y le dice: ahora trabaja, puedes bastarte a ti mismo. Para no oír esto yo no he querido crecer, sintiéndome incapaz de ganarme la vida, ¡la vida eterna del Cielo!

Me he quedado pues siempre pequeña, no teniendo más ocupación que la de coger flores, las flores del amor y del sacrificio, y ofrecérselas a Dios para su agrado. Ser pequeño, es no atribuirse a sí mismo aun las virtudes que se practican, creyéndose capaz de algo, sino que reconocer que Dios pone este tesoro de la virtud en la mano de su hijo pequeño, para que él lo use cuando él lo necesite; siendo siempre el tesoro de Dios. En fin, es no descorazonarse por sus faltas, porque los niños se caen a menudo, pero son demasiado pequeños para hacerse un gran daño».

No, la santidad no está en tal o cual práctica: consiste en una disposición del corazón que nos hace pequeños y humildes en las manos de Dios, conscientes de nuestra debilidad y confiados hasta la audacia en su bondad de Padre… El Señor se complace en mostrarme el único camino que lleva a esa hoguera divina, y ese camino es el abandono propio de la criatura que sin temor se duerme en brazos de su Padre… El abandono, «fruto delicioso del amor» está íntimamente ligado con la confianza y la humildad. Porque soy pequeña y débil, se inclina hacia mí y me instruye suavemente en los secretos de su amor».

Extractos de «El abandono en Sta. Teresita de Jesús»

Un corazón puro

«Que los demás, Señor, te pidan toda clase de bienes; yo no te pediré más que un solo don. Que multipliquen sus palabras y ruegos; yo, Dios mío, no te haré más que una sola súplica: «dame un corazón puro» [Sal 50,12]. ¡Oh, corazón puro, qué feliz es el que te posee! Él ve dentro de sí a Dios, por la viveza de su fe. Le ve en todas las cosas y en todos los instantes, obrando dentro y fuera de él. Se ve siempre como su instrumento, guiado y conducido por Él en todo. Cierto es que casi nunca piensa en ello, pero Dios piensa por él. Aquello que sucede y ha de suceder por una ordenación providencial, basta con desearlo, pues Él comprende nuestra disposición.

En su pura sencillez, si el corazón intenta precisar este deseo, no alcanza a verlo; pero Dios lo ve y lo conoce. En fin, ¿sabes lo que es un corazón bien dispuesto? Es un corazón en el que Dios habita, y viendo todas sus inclinaciones, Él sabe bien que está siempre sometido a su beneplácito. Él conoce también que ese corazón apenas sabe lo que le es propio, y por eso Dios se encarga de dárselo. A este corazón no le importan las contrariedades. Quiere ir al Oriente, y Dios le conduce al Occidente. Iba a dar contra un escollo, el timón se vuelve y lo lleva al puerto. Sin conocer mapa ni camino, vientos o mareas, sin nada de esto, siempre sus viajes terminan felizmente. Si se le cruzan los piratas en el mar, un golpe de viento inesperado le pone fuera de su alcance…»

Extraído de «El abandono en la divina providencia»

Un mundo más luminoso

«Un tema muy importante en el monacato es el del desierto.  Los monjes van al desierto para estar allí a solas y buscar a Dios.  Antiguamente el desierto era el lugar donde moraban los demonios.  Antonio fue al desierto para luchar contra ellos.  Ir allí y meterse en su dominio era una decisión heroica.  Y una declaración de guerra a los demonios, que le tentaron y que trataron de echarle nuevamente de sus dominios.  Antonio creyó que, a través de esta lucha, se haría también para los demás un mundo algo más luminoso y sano.  Si vencía, los espíritus malignos tendrían menos poder sobre los hombres.  De este modo su lucha era también en favor del mundo. 

En el desierto, Antonio luchó en bien de toda la humanidad para mejorarla.  Huyendo del mundo, luchó para hacer un mundo más sano.  Para Antonio, el desierto es el lugar en el que los demonios se muestran de una manera más clara y manifiesta.  Como cuando Jesús, guiado por el Espíritu santo, marchó al desierto y allí fue tentado por el demonio, así los monjes que van al desierto cuentan con que han de luchar contra los demonios.  El monje es esencialmente un luchador.  Los padres antiguos eran alabados cuando, en este lucha, salían vencedores.

Cuando el demonio se apartó de Jesús, vinieron los ángeles le sirvieron.  El monte de las tentaciones se convirtió así en el monte del paraíso.  También los monjes hicieron esta misma experiencia.  El desierto no es solamente un campo de batalla, el lugar en el que uno no puede ocultarse de su propia verdad, en el que tiene que confrontarse despiadadamente consigo mismo y con sus propias sombras; el desierto es, además, el lugar de la mayor cercanía de Dios.  Así lo experimentó también el pueblo de Israel: como el lugar donde Dios les estuvo más cerca.  Dios los llevó por el desierto para introducirles en la tierra prometida…»

Extraído de «La sabiduría de los Padres del desierto de Anselm Grün

Amar Sus designios

«Dios y su voluntad es lo único que ocupa mi vida. Lo que antes era deseo vehemente, por su infinita misericordia se va templando. Qué inmensa es la gracia de Dios cuando va llenando poco a poco un alma. Cómo se va precisando más y más la vanidad de todo lo humano, y cómo en cambio, se llega uno a convencer prácticamente de que solo en Dios es donde se halla la verdadera sabiduría, la verdadera paz, la verdadera vida, lo único necesario y el único amor y deseo del alma.

Pero si de veras estamos unidos por amor a su voluntad, nada desearemos que Él no desee, nada amaremos que Él no ame, y estando abandonados a su voluntad, nos será indiferente cualquier cosa que nos envíe, cualquier lugar donde nos ponga… Todo lo que Él quiera de nosotros no solamente nos será indiferente, sino que será de nuestro agrado. (No sé si en todo esto que digo hay error; en todo me someto al que de esto entienda. Yo sólo digo lo que siento, y es que en verdad nada deseo más que amarle a Él, y que todo lo demás a Él lo encomiendo; cúmplase su voluntad).

Cada día soy más feliz en mi completo abandono en sus manos. Veo su voluntad hasta en las cosas más nimias y pequeñas que me suceden. De todo saco una enseñanza que me sirve para más comprender su misericordia para conmigo. Amo entrañablemente sus designios, y eso me basta. Soy un pobre hombre ignorante de lo que me conviene, y Dios vela por mí como nadie puede sospechar».

De los escritos espirituales de San Rafael Arnaiz Barón

El Horeb del corazón

«… Al hablar del “Horeb del corazón”, lo hacemos en lenguaje simbólico, uniendo dos realidades. Por un lado Horeb significa lo árido, lo solitario y hace referencia al monte de Dios, llamado también Sinaí; por otro, el término corazón en el lenguaje bíblico significa la plena y sincera interioridad consciente de la persona humana. Se trata de la “personalidad interior” de cada uno, que las demás personas no ven, pero si Dios, que nos habita por dentro.

Este camino de descenso a las profundidades de nuestro ser y salida al encuentro de nuestros hermanos es cíclico y a la vez progresivo, hasta que veamos a Dios “cara a cara”. Por esto nos parece que no hay auténtica mística sin ética, ni ética verdadera sin mística, ni verdadera religión sin mística ni ética. Y todo esto lo vive la persona santa en el aquí y ahora del presente de Dios.

El desierto es el camino secreto de la fe pura y de la pura esperanza. La entrada en este sendero es la oración larga y silenciosa, humilde y perseverante. Es la oración de abandono que nos pone en las manos de Dios para ser instrumentos de su amor. Al desierto no se va a solucionar problemas, sino a luchar con la tentación, que nos ofrece riquezas y toda clase de seducción. La santidad es un proceso descendente hacia las profundidades de la humildad. Por eso, el auténtico proceso liberador nace del interior hacia el exterior, como fruto de la auténtica conversión…»

Extraído de «La importancia del desierto interior»

de José Luis Vazquez Borau

El desierto espiritual

«En algún momento de nuestro caminar espiritual nos llega la hora de la prueba, esa hora en la que la fe debe ser probada en el fuego, para ser purificada como el oro y llegar a ser mucho más valiosa que el mismo (cf. 1 P 1, 7). Es esa tan temida y dolorosa hora, en la que el alma se siente perdida, rechazada, no amada y empieza a desfallecer; muchos santos han pasado por esta prueba, su fe ha sido refinada en el horno de la desolación y el olvido, atrapada en el calor sofocante del “desierto espiritual”, abandonada en la soledad de la “noche oscura del alma”, como la llamaba San Juan de la Cruz.

El “desierto espiritual”, decía el Padre Brian Kolodiejchuk – postulador de la causa de beatificación y pronta canonización de la Beata Madre Teresa de Calcuta – en una entrevista, “es un momento de la vida espiritual en el que la persona es purificada antes de la unión íntima y transformante con Cristo”. Tal vez estés pasando en estos momentos por una situación similar, en la que no sientes nada, en la que parece que Dios no existiera, en la que la fe no cobra sentido, ¡prepárate para la prueba!, si logras pasarla, verás el rostro de Dios.

… Debemos hacer un profundo discernimiento y examen de conciencia, para saber si en verdad estamos atravesando una noche oscura del alma o simplemente nos estamos durmiendo en la fe. Si te descubres en el medio de un verdadero y árido “desierto” del alma, en el testimonio de la Madre Teresa podemos encontrar el camino de vuelta al tiernísimo Corazón de Jesús del que nos sentimos desterrados: No dejemos de hacer lo que tenemos que hacer».

Extraído de «Católicos con acción»

Lugar de Libertad

«La vida espiritual encuentra en el desierto sus formas de expresión: vacío, caos, aflicción, acedia, pobreza, despojo, serenidad, frugalidad, silencio. Es terreno yermo, no experimentable, no transitable, no habitable. Lleva al mayor misterio de Dios, que no se deja vincular a ningún ídolo. El desierto es paisaje de muerte, desertizado… un paisaje en el que ya no crece nada, en el que nada puede echar raíces, pero es también lugar de libertad. Es salida (éxodo) de la manipulación y la heteronomía. Purifica, permite ver prejuicios, ideologías y obcecaciones. En el desierto se suceden consecutivamente consolación y desolación, paisajes malogrados y paisajes de ensueño. Ambas facetas se necesitan mutuamente para experimentar, para valorar. El paisaje refleja el alma débil, arrugada, desarraigada, apática, pero también palpitante, atenta, llena de color, de ímpetu, de luz.

El desierto es, en resumidas cuentas, un «espacio espiritual» que proporciona experiencias espirituales. No es casualidad que grandes acontecimientos de la historia de la salvación tengan lugar en el desierto; no es casualidad que personajes determinantes de la historia de la fe hayan buscado la soledad. Y no es casualidad que hasta el día de hoy no pocas personas vayan al desierto para –como ellas dicen– «encontrarse a sí mismas», ya se trate del paisaje geológico del desierto o de dimensiones vitales, no menos reales, experimentadas en la metáfora del desierto: soledad, silencio y alejamiento de la vida cotidiana, firmeza y perseverancia en las decisiones vitales que se han tomado y en la reorientación ante nuevas situaciones decisivas».

Extraído de Libros de Cíbola

Renacer desde lo alto

Evangelio según San Juan 3, 1-8

«Había un fariseo llamado Nicodemo, hombre principal entre los judíos, que fue de noche a ver a Jesús y le dijo: “Maestro, sabemos que has venido de parte de Dios, como maestro; porque nadie puede hacer los signos que tú haces, si Dios no está con él”. Jesús le contestó: “Yo te aseguro que quien no renace de lo alto, no puede ver el Reino de Dios”. Nicodemo le preguntó: “¿Cómo puede nacer un hombre siendo ya viejo? ¿Acaso puede, por segunda vez, entrar en el vientre de su madre y volver a nacer?

Le respondió Jesús: “Yo te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne, es carne; lo que nace del Espíritu, es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: ‘Tienen que renacer de lo alto’. El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así pasa con quien ha nacido del Espíritu”.

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta – 20 de abril de 2020

«Ser cristiano no es sólo cumplir los Mandamientos: hay que cumplirlos, es cierto; pero si te quedas ahí, no eres un buen cristiano. Ser cristiano es dejar que el Espíritu entre en ti y te lleve a donde Él quiere que vayas. Muchas veces en nuestra vida cristiana nos detenemos como Nicodemo, ante ‘la sorpresa de lo inesperado’, no sabemos qué paso dar, no sabemos cómo hacerlo o no tenemos la confianza en Dios para dar ese paso y dejar que el Espíritu entre. Nacer de nuevo es dejar que el Espíritu entre en nosotros y dejar que el Espíritu sea que nos guíe fuera de nosotros mismos para ser libres, con esta libertad del Espíritu que nunca sabrás dónde te conducirá».

Las alegrías más lúcidas y amargas de la soledad

«El desierto real es este: hacer frente a las limitaciones reales de la propia existencia y no tratar de manipularlas o rechazarlas con repugnancia. No embellecerlas con posibilidades. No pretender otras posibilidades mas que aquellas que son realmente posibles en el momento concreto, aquí y ahora. Y, entonces, elegir o rechazar, según uno quiera, sabiendo que esa elección no es una solución para algo, sino meramente un paso más hacia un contexto ligeramente modificado de otras posibilidades, muy pocas, verdaderamente limitadas, muy insignificantes y muy concretas.

Darse cuenta de que toda la vida de uno, de cada uno, es precisamente esto. Cuando se vive en sociedad las posibilidades parecen ilimitadas. Uno está en contacto con otras gentes, con otras libertades, otras elecciones; y quién sabe lo que todos los demás pueden elegir en un momento determinado… Todo son posibilidades… Pero cuando se está en soledad, y cuando se ven y se aceptan las limitaciones reales, entonces esas limitaciones se desvanecen, y se abren nuevas posibilidades ante uno.

El presente está ahí, contundente, ilimitado. El único modo de aferrarlo en toda su extensión es despejar las limitaciones que nosotros colocamos en él mediante futuras expectativas, esperanzas y planes, o conjeturas, o lamentos sobre el pasado, o intentos de explicaciones de algo que hemos vivido y con lo que deseamos seguir viviendo. ¿Vivir con ello? Vivir con algo que hemos experimentado en el pasado es poner limitaciones al presente. Así y todo, el pasado entra en nuestro presente: es la limitación contra la que debemos hacer valer nuestra desventaja”.

De Thomas Merton

Desierto y mirada purificada

«Debemos recordar por qué los Padres del Desierto vivieron el sistema de vida que conocemos por diversos relatos. Su vocación —y esta es la piedra angular de toda espiritualidad monástica— tiene una finalidad doble: “El fin último de nuestra profesión es el reino de Dios… el fin próximo, al que encaminamos nuestros esfuerzos inmediatos, la pureza de corazón.

La lucha por la pureza de corazón se compone de dos fases: primero, el dominio de nuestras acciones y la adquisición de virtudes y extinción de las pasiones. Después viene la parte más difícil de la subida: la concentración constante de la mente en Dios. Casiano a menudo se preocupaba por uno de los grandes problemas de los monjes: el de la distracción.

Aquí es en donde la meditación de las Escrituras, y en particular el uso de las Escrituras en la oración litúrgica y privada, ocupa un lugar muy importante. La lectura de las Escrituras no está tanto orientada a adquirir conocimientos sobre la vida espiritual cuanto a conseguir que el alma reciba la “iluminación” que hace ver todas las cosas en Dios, dentro de una historia de salvación” y, por tanto de “revelación”».

De Tomas Merton, ocso

¿muerte, dónde está Tu poder?

«Aquél que es devoto y amante de Dios, que disfrute de esta magnífica y brillante fiesta. Aquél que es un siervo agradecido, que entre alegremente en el gozo del Señor. Aquél que está cansado en ayuno que reciba ahora el denario de recompensa. Si a1guien ha trabajado desde la primera hora, que reciba su gratificación correspondiente. Si alguien ha llegado después de la tercera hora, que participe en la fiesta agradecido. Aquél que llega después de la sexta hora, que no dude: él nada pierde. Si alguien ha demorado hasta la novena hora, que se aproxime, sin vacilación. Aquél que llega en la undécima hora, que no tema a causa de su demora, porque el Señor es de gracia y de generosidad. 

El recibe tanto a los últimos como a los primeros. El concede descanso al que viene en la undécima hora, igual como aquél que ha trabajado desde la primera hora. Él tiene misericordia del último, y satisface al primero. A aquél da, y a éste regala. El recibe las obras y acepta la intención. Honra los hechos, y alaba el empeño. Por lo tanto, entrad vosotros todos al gozo de vuestro Señor. Los primeros y los últimos, tomad vuestra recompensa. Ricos y pobres, regocijaos y alegraos juntos. Porque la mesa está llena, deleitaos de ella todos. El ternero está echado entero; que nadie se retire con hambre. Regocijaos todos del banquete de la fe. Disfrutad de todas las riquezas de la bondad. Que nadie se queje de su pobreza, porque el Reino Universal se ha manifestado.

Que nadie se lamente a causa de los pecados, porque el perdón ha surgido resplandeciente del Sepulcro. Que nadie tema la muerte, porque la muerte del Salvador nos ha librado. Porque destruyó la muerte cuando ésta se apoderó de Él. Aquél que descendió al infierno aniquiló al infierno; y lo hizo experimentar la amargura; cuando éste tomó su Cuerpo. Esto predijo Isaías cuando exclamó diciendo: «El hades fue amargado, cuando Te encontró abajo. Ha sido amargado, funestamente, porque ha sido destruido. Ha sido amargado porque ha sido encadenado. Recibió un Cuerpo, y he aquí que era Dios. Tomó la tierra, y encontró Cielo. Tomó lo visible, y fue vencido invisiblemente. 

¿Oh muerte dónde está Tu poder? ¿Oh hades dónde está Tu victoria Cristo resucitó, y fuiste aniquilado. Cristo resucitó y fueron arrojados los demonios, Cristo resucitó y los Ángeles se regocijaron. Cristo resucitó y reinó la vida. Cristo resucitó, y los sepulcros se vaciaron de los muertos. Porque Cristo habiendo resucitado de entre los muertos, fue el Primogénito de entre los muertos, a Él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén».

HOMILÍA PASCUAL DE SAN JUAN CRISÓSTOMO

Icono: Las mirófaras en la tumba vacía

El sacramento universal

La crucifixión del Señor

«… La cruz de Cristo ha cambiado el sentido del dolor y del sufrimiento humano. De todo sufrimiento, físico y moral. Ya no es un castigo, una maldición. Ha sido redimida en raíz desde que el Hijo de Dios la ha tomado sobre sí. ¿Cuál es la prueba más segura de que la bebida que alguien te ofrece no está envenenada? Es si él bebe delante de ti de la misma copa. Así lo ha hecho Dios: en la cruz ha bebido, delante del mundo, el cáliz del dolor hasta las heces. Así ha mostrado que éste no está envenenado, sino que hay una perla en el fondo de él.

Y no sólo el dolor de quien tiene la fe, sino de todo dolor humano. Él murió por todos. «Cuando yo sea levantado sobre la tierra —había dicho—, atraeré a todos a mí» (Jn 12,32). ¡Todos, no sólo algunos! «Sufrir —escribía san Juan Pablo II desde su cama de hospital después del atentado— significa hacerse particularmente receptivos, especialmente abiertos a la acción de las fuerzas salvíficas de Dios ofrecidas a la humanidad en Cristo». Gracias a la cruz de Cristo, el sufrimiento se ha convertido también, a su manera, en una especie de «sacramento universal de salvación» para el género humano…

Mientras pintaba al fresco la catedral de San Pablo en Londres, el pintor James Thornhill, en un cierto momento, se sobrecogió con tanto entusiasmo por su fresco que, retrocediendo para verlo mejor, no se daba cuenta de que se iba a precipitar al vacío desde los andamios. Un asistente, horrorizado, comprendió que un grito de llamada sólo habría acelerado el desastre. Sin pensarlo dos veces, mojó un pincel en el color y lo arrojó en medio del fresco. El maestro, estupefacto, dio un salto hacia adelante. Su obra estaba comprometida, pero él estaba a salvo. Así actúa a veces Dios con nosotros: trastorna nuestros proyectos y nuestra tranquilidad, para salvarnos del abismo que no vemos…» 

Extraído de Homilía del Padre Cantalamessa 10/04/2020

El icono fue extraído de Pinterest

La gracia del estupor

«… En realidad, aquellas personas seguían más una imagen del Mesías, que al Mesías real. Admiraban a Jesús, pero no estaban dispuestas a dejarse sorprender por Él. El asombro es distinto de la simple admiración. La admiración puede ser mundana, porque busca los gustos y las expectativas de cada uno; en cambio, el asombro permanece abierto al otro, a su novedad. 

Él triunfa acogiendo el dolor y la muerte, que nosotros, rehenes de la admiración y del éxito, evitaríamos. […] Sorprende ver al Omnipotente reducido a nada. Verlo a Él, la Palabra que sabe todo, enseñarnos en silencio desde la cátedra de la cruz. Ver al rey de reyes que tiene por trono un patíbulo. Ver al Dios del universo despojado de todo. Verlo coronado de espinas y no de gloria. Verlo a Él, la bondad en persona, que es insultado y pisoteado. 

Su amor se acerca a nuestra fragilidad, llega hasta donde nosotros sentimos más vergüenza. Y ahora sabemos que no estamos solos. Dios está con nosotros en cada herida, en cada miedo. Ningún mal, ningún pecado tiene la última palabra. Dios vence, pero la palma de la victoria pasa por el madero de la cruz. Por eso las palmas y la cruz están juntas

Homilía del Papa Francisco el Domingo de Ramos

Los modos de Dios

«…¿Qué significa entregar nuestra vida y morir a nuestro yo?

Significa entregar nuestros modos de ver las cosas, para que los modos de Dios sean los que rijan nuestra vida, no los nuestros. Significa entregar nuestros planes, para pedirle a Dios que nos muestre Sus planes para nuestra vida, y realizar esos planes, no los nuestros. Significa entregar nuestra voluntad a Dios, para que sea Su Voluntad y no la nuestra la que sigamos durante nuestra vida en la tierra. Es, entonces, un continuo morir a lo que este mundo nos propone como deseable y hasta conveniente.

Pero pensemos: ¿Quién es el dueño de este mundo? Ya Dios nos advierte en su Palabra quién rige el mundo: aquél que es llamado en este pasaje “príncipe (o amo) de este mundo”. Si observamos bien, los valores que nos propone el mundo son muy diferentes a los de Dios. Los criterios de este mundo son también muy diferentes a los de Dios…

Próximos ya a la Semana Santa cuando conmemoraremos la entrega total que Cristo hizo de Sí mismo, perdiendo su vida para darnos una nueva Vida a todos nosotros, es tiempo propicio para una profunda conversión. Reflexionando sobre las palabras del Evangelio y aplicándolas a nuestra vida espiritual, podríamos pedir al Señor esta gracia de conversión profunda que significa el poder comprender y realizar este ideal que nos propone y nos muestra Cristo: morir para vivir, perder para ganar, entregar para obtener…»

Aquí el texto completo de la homilía del pasado domingo 21 de Marzo

Escuchar a Cristo

«¿COMO PODEMOS CREER SI NO ESCUCHAMOS? ¿Y cómo escuchamos si no hacemos silencio muy en lo hondo de nuestro corazón? Es necesario hacer callar muchas voces y mucho ruido cotidiano, para oír mejor la llamada de Jesús a cambiar, a renovarnos, a revivir la gracia de nuestro bautismo, a morir y resucitar con Él. Esta es la experiencia del desierto, de reflexión, de ayuno, de caridad y de oración que se nos vuelve a proponer, para poder celebrar la Pascua de verdad.

¿POR QUÉ NO INTENTAMOS CAMBIAR? Ya sé que cuesta creer en la posibilidad de cambiar. Parece difícil. O imposible. Quizá ya lo hemos intentado otras veces… ¡Fiémonos de Dios! Para Él nada le es imposible. «Cristo, que murió por los pecados una vez para siempre… para conducirnos a Dios», nos ayudará a realizar un proceso de conversión auténtica. Tengamos confianza, dejémonos conducir hacia el desierto por el Dios de las promesas, para concienciarnos de nuestro mal, de todo lo que impide que seamos auténticos hijos de Dios. Y Él será quien vencerá el mal en nosotros, y nos ayudará a responder decididamente, con generosidad, a su llamada de conversión.

DEBEMOS PEDIR la gracia de darnos cuenta más claramente de todo lo que nos aleja de Dios y del prójimo. Y de darnos cuenta del desorden general que puede haber en nosotros. Y arrepintiéndonos, ordenarnos según los criterios del Evangelio. Esta es la gracia más grande que la Cuaresma debe producir en todos los cristianos. ¿Quiero hacer caso de Cristo? ¿Quiero escuchar su predicación, acoger su Reino, y creer de verdad? Dejemos que hoy cale hondo esta predicación de Jesús…» 

JOAN ENRIC VIVES
MISA DOMINICAL 1988

La Kenósis

Las tentaciones. 

El mismo Espíritu que consagró a Jesús, «lo empujó al desierto, para que fuera tentado por el diablo» (Mt 4,1). Si el evangelista afirma que Jesús fue al desierto empujado por el Espíritu, quiere decir que estamos ante un acontecimiento que tiene que ver con su misión; es decir, con nuestra salvación. Así se manifiesta el significado último de la kénosis, del vaciamiento de Cristo, que «se despojó de la forma de Dios y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos» (Flp 2,6-7).

Cristo sufrió las tentaciones para que se cumpliera lo que dice la carta a los Hebreos: «Ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado» (Heb 4,15). Por eso puede comprendernos y tener compasión de nosotros. En último término, las tentaciones de Jesús coinciden con las de cada hombre, desde el principio: usar de Dios en provecho propio, pedirle pruebas, no fiarse de Él, usar del poder de este mundo para imponer los propios criterios, decidir por sí mismo, independientemente de lo que Dios disponga…

Extraído de «Caminando con Jesús».

Invocaré al Señor

SALMO 142

Poema de David. Cuando estaba en la cuevaOración.

«Invocaré al Señor con toda mi voz, con toda mi voz suplicaré al Señor; expondré mi queja ante él, expresaré mi angustia en su presencia. Ya se me acaba el aliento, pero tú conoces mi camino: en la senda por donde voy me han ocultado una trampa. Miro a la derechaobservo, y no hay nadie que se ocupe de mí; ya no tengo dónde refugiarme, nadie se interesa por mi vida.

Por eso clamo a ti, Señor, y te digo: «Tú eres mi refugio, mi herencia en la tierra de los vivientes». Atiende a mi clamor, porque estoy en la miseria; líbrame de mis perseguidores, porque son más fuertes que yo. Sácame de la prisión, y daré gracias a tu Nombre: porque los justos esperan que me concedas tu favor«.

Extraído de «El libro del Pueblo de Dios»

El Sol de Justicia

En el desierto, lejos del ruido y la distracción de la ciudad, Dios puede comunicarse directamente a nuestro corazón… podemos oírle mejor. ¡Qué importante, pues, crear espacios de silencio y quietud en nuestra vida cotidiana si queremos experimentar la luz y el amor de Dios en nuestro corazón! Dios resplandece en nuestro corazón mejor en el silencio del desierto o dondequiera que hagamos silencio.

Es importante buscar en cada jornada un momento de quietud. Sentarnos en silencio, sin movernos, centrándonos en Dios por suficiente tiempo cada día, para comenzar a experimentar la gran luz de Dios en nuestro corazón, iluminándonos y llenándonos de su esplendor y gloria; porque en esos momentos el Sol de justicia (Mal. 4, 2) resplandece sobre nosotros. En la oración de quietud sentimos el esplendor de Dios en nuestro corazón irradiando todo nuestro ser y Cristo manifiesta a nosotros en su belleza.

Si tenemos dificultades para permanecer en quietud, la oración de Jesús, la repetición pausada y amorosa de Su Nombre puede ayudar a centrarnos. “Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gracia de Dios en la faz de Jesucristo” (2 Cor. 4, 6).

Adaptado de un texto en Catholic.net

La sombra protectora

Simplificar nuestra vida al máximo posible es seguir la espiritualidad del desierto que apunta a lo esencial. Quitar poco a poco lo que sobra, lo que en realidad dificulta aunque parezca en principio ayudar. La ascética de lo poco, de lo justo. Vivir recordando a Dios y ajustar a su voluntad nuestras acciones es lo imprescindible; lo demás pasa.

«Levanto mis ojos a las montañas: ¿de dónde me vendrá la ayuda? La ayuda me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra. El no dejará que resbale tu pie: ¡tu guardián no duerme! No, no duerme ni dormita el guardián de Israel. El Señor es tu guardián, es la sombra protectora a tu derecha: de día, no te dañará el sol, ni la luna de noche. El Señor te protegerá de todo malcuidará tu vida. El te protegerá en la partida y el regreso, ahora y para siempre». (Salmo 121)

Lo que dice el salmista se hace realidad en nuestra vida mientras más nos dejamos guiar por la voluntad de Dios, por sus mandatos y mandamientos. No cuando queremos imponer nuestros deseos o forzar las situaciones. Allanemos los senderos del alma para que venga la luz de la resurrección de Cristo en el corazón.

Texto del blog

El desierto de lo necesario

En el desierto todo se rige por la necesidad. El páramo nos enseña a diferenciar lo que son deseos de lo que es necesidad. La vida tiene sus requerimientos, siempre simples, claros, no esclavizan; cesan en el momento de ser saciados. Los deseos en cambio son apetencias que muchas veces no vienen al caso. No dar aire a todos los deseos. De entre todos ellos elegir los convenientes para nuestra elevación espiritual. El problema con los deseos hacia las cosas prescindibles es que no calman las ansias sino que las alimentan. El fuego no se apaga con combustible.

La plenitud aparente y efímera que nos dan los deseos se muestra vana al poco tiempo. Ayunar de deseos, centrarnos en la necesidad profunda del corazón. Llevar todo al único deseo de vivir en nosotros el reino de los cielos que ya está presente a todas horas. Ocuparse de lo que importa que lo demás viene por añadidura. Que este propósito nos guíe en lo que resta de cuaresma, purificando el alma para la resurrección de Jesucristo.»

Texto propio del blog

La Nueva Jerusalén

«Y el desierto se engalanará y la estepa extenderá una alfombra tupida de flores bajo los pies del cortejo triunfal, y exultará de júbilo al contemplar la gloria de nuestro Dios» (Is 35,1-2). La transformación del desierto es, en ciertos pasajes apocalípticos, como el signo de la salvación final, ya que… el Mesías aparecerá en el desierto (Mt 24,26; Ap 12,6-14).

«Voz de uno que clama en el desierto: preparad el camino del Señor». Así comienza el evangelista Marcos el pregón de la «Buena Nueva»… Una vez más la salvación se iniciaba en el desierto. La liberación estaba a punto de pasar de la profecía a su cumplimiento: «Y aconteció por aquellos días que vino Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán…» «Y al punto, el Espíritu le impele al desierto» (Mc 1,9).

Los cuarenta días que Jesús pasa haciendo penitencia nos recuerdan los cuarenta años de travesía de Israel por el desierto… Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto para ser tentado por Satanás. Podemos, pues decir que, en toda la tradición bíblica, el desierto tiene un doble sentido que se complementa: Uno, como lugar de elección y otro como medio de purificación, constituyendo ambos la preparación inmediata a la entrada en la Tierra Prometida, en el Reino de Dios.

Pero lo más importante es recalcar que donde Israel sucumbió, Jesús triunfó y su triunfo fue la liberación nuestra. De aquí, que, para nosotros, la imagen del desierto, su simbolismo, toma en Cristo realidad. Superando Él toda prueba, consumada en su muerte, nos ha abierto a nosotros las puertas de la verdadera Tierra Prometida, la Nueva Jerusalén.

El texto completo en : «El desierto en la Biblia».

Necesitados de Dios

El desierto impresiona. Parece que no hay nada, solo arena y arena. Uno mira alrededor y las dunas se extienden hasta donde llega la vista. Se hace casi imposible caminar y solo se escucha el viento. Es sobrecogedor. El vacío, el silencio, la monotonía, empiezan a sentirse con increíble fuerza. Asusta un poco. A veces cuando la vida se nos complica sentimos que estamos en un desierto. Sentimos el vacío y el miedo, el abandono y hasta la desesperanza de no ver ninguna señal que nos ilumine a nuestro alrededor. Ni siquiera a Dios.

La experiencia del desierto al inicio es abrumadora. Unos minutos después, sin embargo, sucede lo siguiente. Los sentidos se afinan, y se empiezan a escuchar con mayor claridad los propios pensamientos. Empieza a aflorar con fuerza lo que uno lleva en el corazón. Ahí, en ese momento, es donde se juega todo lo que viene, pues podemos decidir hacia donde queremos dirigir nuestros siguientes pasos. Ahí, aunque uno no lo vea, está Dios. Jesús inició su misión pasando un tiempo en el desierto.

Siguiendo esa costumbre cada año, cuando nos preparamos para celebrar la Semana Santa, la Iglesia nos invita durante la Cuaresma a entrar en una suerte de desierto. Lo que nos enseña la Cuaresma es útil para todos, pero sobre todo para quienes atraviesan una situación complicada en la vida. La enseñanza es la siguiente: descubrirse realmente necesitados de Dios y así acoger con alegría la noticia que llena de esperanza cualquier situación, hasta la más dura: el triunfo de Jesús sobre el mal. ¿Qué podemos aprender en el desierto?

Extraído de Catolic Link

La presencia interior

«Junto a Abraham, otro hombre: Moisés. Él será el gran peregrino de la espiritualidad del desierto de toda la humanidad. Mirado y elegido por Dios para llevar adelante el plan salvador y libertador para Israel, también él será un peregrino que irá agarrado de la mano de Dios en fe y confianza. Oscura la fe y desnuda la confianza de estos hombres. Así merecieron el nombre de padres de la fe y padres del pueblo de Dios. Ellos, Abraham y Moisés, iniciaron la peregrinación de la fe de todos los tiempos. Son el referente de nuestra propia peregrinación hacia la Jerusalén celestial. También a nosotros nos acompaña la seguridad de una presencia interior: Jesús. Él nos es luz y guía en la precariedad de nuestra andadura…

La primera vez que Moisés se encontró con Dios en el desierto del Sinaí, fue a raíz del hallazgo de la zarza ardiente. El asombro de Moisés ante aquel extraño fenómeno, le lleva a entender que se halla ante algo sagrado que lo atrae y envuelve. Dios le pide descalzarse. Ante aquel fuego que no se consume, Yahvé se manifiesta a Moisés: “Claramente he visto cómo sufre mi pueblo/ Los he oído quejarse por culpa de sus capataces, y sé muy bien lo que sufren. Por eso he bajado, para salvarlos” (Ex 3,7). “ve, yo te envío/ yo estaré contigo” (Ex 3,1-15). Moisés comprometerá el resto de su vida a esta misión, ante la que, viendo su impotencia, se resistió, pero que asumió también y de la que ya no se desentenderá jamás…»

Extraído de “La espiritualidad del desierto” de Anna Seguí ocd

La vocación del hombre

«El cimiento fundante de la espiritualidad del desierto lo hallamos en la Biblia. Hay en mí una absoluta convicción de que en la Biblia está contenida toda la historia humana y espiritual de la humanidad. Nada de cuanto acontece al ser humano queda fuera de esa historia de amor y pasión, de extravío y salvación, de guerra y paz, de esperanza, de fe y confianza en Dios y su Cristo. La Biblia —en sus dos vertientes de Antiguo y Nuevo Testamento—, nos dice, pormenorizadamente, quién es Dios y quién es el ser humano. Creador y criatura.

Por otra parte, en el Nuevo Testamento hallamos la humanidad nueva que estamos llamados a ser. “Irá Juan delante del Señor con el espíritu y el poder del profeta Elías, para reconciliar a los padres con los hijos y para que los rebeldes aprendan a obedecer. De este modo preparará al pueblo para recibir al Señor” (Lc 1,17). Ser un pueblo de corazón bien dispuesto.

La adhesión a Jesús y su seguimiento es la vocación del hombre a construir la nueva humanidad, al modo de lo que Jesús nos ha mostrado a lo largo de su vida en medio de nosotros: “Sabéis que Dios llenó de poder y del Espíritu Santo a Jesús de Nazaret, y que este pasó haciendo el bien y sanando a cuantos sufrían bajo el poder del diablo, porque Dios estaba con Él” (Hch 10,38)».

Extraído de «La espiritualidad del desierto» de Anna Seguí ocd

Acto de misericordia

«En el origen, Dios elige un hombre: Abraham. Todo depende de una llamada. La elección de Abraham es un acto de la misericordia de Dios, que quiere salvar a la humanidad por medio de la humanidad. La llamada lleva consigo una exigencia: obedecer. “Sal de tu tierra a la tierra que yo te daré” (Gn 12,1). Salir de la tierra es salir del límite, es romper la estrechez que nos ata. Dios nos lanza a la novedad de lo desconocido. Es llamada a descubrir nuevos horizontes de esperanza. Ser creadores de historia de salvación.

Abraham parte. Para el hombre que se arriesga a decir sí a Dios, todo va en fe y confianza. No hay agarraderos ni referencias. Es el absoluto comienzo de algo que, en la vida, se nos pedirá muchas veces: abandono y confianza. Fiados y amparados solo en Dios, que nos regala seguridad. En su corazón, Abraham sabe que va de la mano invisible de su Dios, que se le ha mostrado como amigo. Un diálogo amoroso en el que Dios y el hombre se comprometen para siempre en fidelidad. Para Abraham, lo fundamental será la confianza en Dios. La confianza le dio seguridad. En el desierto espiritual, no se puede permanecer sin la confianza y el abandono en Dios…»

Extraído de «La espiritualidad del desierto» de Anna Seguí ocd

El espíritu del Yermo

«El desierto se identifica con lo árido. En la experiencia del trato de intimidad con Dios, esa circunstancia espiritual les sirve a los orantes que viven en la soledad y el silencio para no quedarse en la oración afectiva, consoladora, ni en la súplica interesada que se manifiesta en peticiones de auxilio, e introduce en su forma de orar la adoración como amistad en el trato con Dios. Saben que aunque parezca un tiempo perdido, nunca se le ganará al Señor en generosidad.

El enamorado de Dios ha experimentado que su vida no tiene sentido sin Él… es muy posible que, en la experiencia de desierto, asalte la pesadumbre por los propios pecados, aunque se quiere ser fiel al Señor. La pobreza y la debilidad se imponen muchas veces en la conciencia. En ese instante, el secreto lo enseñan quienes, en esas circunstancias, no dudaron en volver su mirada al Señor, dejándose mirar por Él…

En el desierto se forjan los testigos del amor de Dios, los que confiesan con sus vidas la absolutidad de Divina. Participar del espíritu del yermo, es gustar el sabor de la pertenencia amorosa a Dios».

Extraído de «El desierto, lugar de la Palabra» de Ángel Moreno de Buenafuente.

«Vida Nueva» 2591 – Diciembre 2007 –

Forastero en tierra extraña

«Tienes que contar con la repugnancia natural ante el despojo y la soledad. La renuncia y la austeridad hará que tus pasiones se rebelen y reclamen lo que creen que es suyo. Esto supone entrar en la experiencia que narra el profeta Jeremías: «¿Dónde está el Señor, que nos subió desde Egipto, nos llevó por el desierto, la estepa y los páramos, por tierra seca y sombría, una tierra intransitada en donde nadie se asienta?» (Jr 2,6).

Acepta la dura ascesis del silencio interior y trata de ser fiel al propósito de morar siempre en Dios, con el objetivo claro de disponerte activamente a la escucha humilde del Señor. Ponte en camino. El desierto no es quietud ni estancamiento, sino peregrinación y combate. No es la tierra prometida, sino el duro caminar hasta alcanzarla. Por eso no te puedes instalar, ni buscar ningún tipo de seguridad o confort. Debes aceptar ser «un forastero en tierra extraña» (1Pe 2,11; Ex 2,22; Sal 119,19).

… Una vez entres en el desierto, dedícate exclusivamente a escuchar a Dios que te habla al corazón por su Espíritu; rechazando de plano imaginaciones, recuerdos del pasado, inquietudes del futuro, curiosidades o pensamientos dispersos. No te apoyes en tus planes o proyectos, para mantenerte libre de todo lo que pueda impedir que Dios se sirva de ti según su voluntad. Él conoce bien el plan que tiene sobre ti y te dará en cada momento la gracia que necesites para llevarlo a cabo».

Extraído de «Contemplativos en el mundo»

El desierto en el mundo

«Si la experiencia de desierto la vas a realizar en medio del mundo tienes que cuidar este momento porque es la primera piedra de una obra de Dios singular. Hay que abandonar el mundo habitual, conocido y seguro, por el mundo desconocido e incierto de la soledad. Hay que romper con ese mundo, abandonando relaciones, tareas, preocupaciones, noticias, televisión, diversiones, etc.; y aceptando los desgarros y las incomprensiones que ello comporte.

¡Atención! Porque se trata de una tarea importante y delicada porque muchas de las realidades de tu vida no las podrás abandonar materialmente; por eso tienes que realizar un afinado discernimiento y una decidida decisión para abandonar materialmente todo lo que se pueda y «abandonar» interiormente todo aquello que no se pueda dejar materialmente; pero en cualquier caso es esencial tomar distancia de todas las realidades y relativizar todo lo que no es Dios, para poder abrirse incondicionalmente al soplo del Espíritu Santo.

Ten en cuenta que el verdadero desierto no está fundamentalmente en un lugar, sino en el corazón. La ruptura necesaria con el mundo para crear el desierto has de hacerla con valentía y generosidad, sin cálculos, dilaciones y componendas. Sólo así podrás disponerte a que Dios actúe libremente en ti arrancando todo lo que estorba para poder plantar de nuevo la siembra de una nueva vida. En este sentido no conviene calcular humanamente las dificultades, porque son superiores a nuestras fuerzas, sino disponerse a vivir en fidelidad el momento presente, haciendo de él la más expresiva manifestación de amor y de entrega incondicional a Dios…»

Extraído de pág. 4 de «¿Qué es el desierto?»

Vaciarse de sí mismo

«Hay que atravesar el desierto y permanecer en él para acoger la gracia de Dios. Es aquí donde uno se vacía de sí mismo, donde uno echa de sí lo que no es de Dios y donde se vacía esta pequeña casa de nuestra alma para dejar todo el lugar para Dios solo.

Los hebreos pasaron por el desierto, Moisés vivió en el desierto antes de recibir su misión, san Pablo, san Juan Crisóstomo se prepararon en el desierto. Es un tiempo de gracia, un período por el cual tiene que pasar todo el mundo que quiera dar fruto. Hace falta este silencio, este recogimiento, este olvido de todo lo creado, en medio del cual Dios establece su reino y forma en el alma el espíritu interior: la vida íntima con Dios, la conversión del alma con Dios en la fe, la esperanza y la caridad.

Más tarde el alma dará frutos exactamente en la medida en que el hombre interior se haya ido formando en ella. Sólo se puede dar lo que uno tiene y es en la soledad, en esta vida solo con Dios solo, en el recogimiento profundo del alma donde olvida todo para vivir únicamente en unión con Dios, que Dios se da todo entero a aquel que se da también sin reserva. ¡Date enteramente a Dios solo y Él se dará todo entero a ti!»

San Carlos de Foucauld, Carta al Padre Jerónimo (19-V-1898)

Total disponibilidad

«La seduciré, la llevaré al desierto y le hablaré al corazón». (Os 2,16)

«Si Dios quiere que te encuentres con él en lo más profundo de tu alma y te llama a salir durante un tiempo del mundo (física o espiritualmente) para vivir a solas con él, sin compartirle con nada ni con nadie, te está llamando al desierto para hablarte al corazón y seducirte… Es una experiencia de soledad voluntaria, vivida fuera o dentro del mundo, que permite que se purifique tu corazón, te hagas verdaderamente pobre y puedas entrar en la verdadera adoración que te libera de ataduras y te abre al amor de Dios y al abandono en sus manos…

Ten confianza. Como a Israel, Dios, que te llama al desierto, te acompañará y te guiará con su providencia: «Condujo a su pueblo por el desierto, porque es eterna su misericordia» (Sal 135,16). Y si es cierto que el desierto supone desgarro y dolor, el que llama a entrar en él dará la medicina necesaria, «porque él hiere y pone la venda, golpea y él mismo sana» (Job 5,18). La entrada en el desierto ha de hacerse con humildad y con paz. Toma la actitud que Dios le pide a Moisés: «Descálzate, porque el lugar que pisas es terreno sagrado» (Ex 3,5). La humildad en este momento ha de tener forma de total disponibilidad: preséntate al Señor en desnudez y pobreza.

Cuanto más ligero sea tu equipaje más libertad le darás a Dios para llenarte con su presencia, su amor y su gracia. Libérate de preocupaciones, afectos, urgencias, problemas, prisas, necesidades… Haz verdad el llamamiento del Señor: «Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura…» (Mt 6,33)

Extraído de «¿Qué es el desierto?»

Eres tú magnífico en las alturas

La montaña

Eres tú magnífico en las alturas, ¡oh Yavé! (Salmo 92,4) No carece de razón el que el Eremitorio se oculte casi siempre en algún repliegue de montaña. Será que es más fácil hallar en él un desierto menos accesible a los hombres para vivir escondido. Mas ese paraje tiene también en la historia religiosa del mundo una significación divina. Es uno de los lugares privilegiados de los encuentros de Dios y debes conservarle ese sabor místico.

La montaña virgen y solitaria es una marco digno para las grandes comunicaciones del Señor. Tiene de común con el desierto las exigencias de desnudez. Pero es además un signo en el espacio de la elevación del alma por encima del hormigueo de los negocios terrenales, de los pecados y placeres de los hombres.

Es un empuje soberbio de la tierra hacia la pureza del cielo. Cuantos la escalan experimentan y refieren esa sensación tónica de una especie de virginidad ambiental que filtra la pobre naturaleza humana eliminando la fiebre de las pasiones malas. Sus cimas invioladas hablan de Dios “magnífico en las alturas”. Los mismos anacoretas paganos han cedido al atractivo de la montaña, como sí sus cumbres intactas fueran el trono de su gloria. Déjate prender en ese hechizo espiritual; no es ilusorio.

El Eremitorio tendrá para ti las gracias de esos montes benditos, escogidos por el Señor para hablar al corazón de los hombres.

Capítulo «La Montaña», segunda parte, página 25 de «El eremitorio».

Haré brotar manantiales

En el desierto, Dios no ha señalado más rutas ni mas sendas que las de la oración (Isaías 43,19). La contemplación halla su fin en sí misma: no es otra cosa que el más subido ejercicio de la caridad, y, la caridad, virtud teologal que tiene a Dios por objeto, carece de finalidad utilitaria para nosotros. Por eso, cuando es auténtica, es inseparable de una santidad verdadera, la cual, a su vez, no es sino la eflorescencia de esa misma caridad vivificando la práctica de todas las virtudes hasta el heroísmo.

Tu desierto entonces se trocará en prado. Por haber sido fiel, El cumplirá sus promesas: “En las alturas peladas, dice Dios, haré brotar manantiales… tornaré el desierto en estanque y la tierra seca en corrientes aguas” (Isaías 41, 18-19). “Exulte el desierto y la tierra árida, regocíjese la soledad y florezca como un narciso… le será dada ‘la hermosura del Carmelo” (Isaías 35). Tu alma sedienta podrá abrevarse en el torrente de las delicias de Dios: Pues brotarán aguas en el desierto y correrán arroyos por la soledad, la tierra quemada se convertirá en estanque, y el país de la sed se convertirá en fuentes (Isaías 35,6-7).

Pags. 48 “El eremitorio” – Capítulo VI: “El monte Carmelo, los caminos de la oración”.

Una exigencia del corazón

«Para el contemplativo el centro de interés es el episodio profético de la nubecilla que a ruegos de Elías viene a poner fin, vertiendo su lluvia benéfica, a la sequía y al hambre (1 Reyes 18, 41-45). El retiro de Elías al torrente de Kerit, la purificación del Monte del culto de Baal (1 Reyes 18, 41-46), bien semejan una sorprendente premonición de las etapas que llevan al Ermitaño por las vías ascendentes de la Oración.

¿Qué es lo que buscas en la huida del mundo y aun del mundo cenobítico? ¿Por qué deseas vivir en celda, no ver nada, no oír nada, no decir nada, si no es por entrar en gozosa comunión directa con Dios y en conversar con El con la frecuencia y continuidad que consiente la fragilidad humana? La oración es eso: un coloquio filial con Dios, en confianza y libertad inspiradas por el amor…

El Ermitaño es el hombre de la Oración. Esta es para él una necesidad vital, una exigencia del corazón… Si el Ermitaño no está enamorado de Dios, nunca sabrá orar. Cerrado el libro, el aburrimiento le invade de nuevo, y ni por descuido se aventurará en esos largos silencios, durante los cuales el alma enteramente desocupada se abre a la irradiación del amor… No hay oración posible sin ese situarnos cara .a cara con el Señor en la actitud interior que nos sugiere lo que El es y lo que somos nosotros. Todas las verdades que conciernen nuestras relaciones con El tienen que brillar a los ojos del Ermitaño con un resplandor que nada pueda empañar».

Pags. 45 y 46 «El eremitorio» – Capítulo VI: «El monte Carmelo, los caminos de la oración».

Imagen extraída de «La iconografía Carmelita…»

Amigo de Dios

«Habían transcurrido apenas seis meses de la muerte de sus padres, cuando un día en que se dirigía, según costumbre, a la iglesia, iba pensando en su interior «los apóstoles lo habían dejado todo para seguir al Salvador, y cómo, según narran los Hechos de los apóstoles, muchos vendían sus posesiones y ponían el precio de venta a los pies de los apóstoles para que lo repartieran entre los pobres; pensaba también en la magnitud de la esperanza que para éstos estaba reservada en el cielo; imbuido de estos pensamientos, entró en la iglesia, y dio la casualidad de que en aquel momento estaban leyendo aquellas palabras del Señor en el Evangelio: Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres -así tendrás un tesoro en el cielo- y luego vente conmigo».

Entonces Antonio, como si Dios le hubiese infundido el recuerdo de lo que habían hecho los santos y con aquellas palabras hubiesen sido leídas especialmente para él, salió en seguida de la iglesia e hizo donación a los aldeanos de las posesiones heredadas de sus padres (tenía trescientas parcelas fértiles y muy hermosas), con el fin de evitar toda inquietud para sí y para su hermana…

Trabajaba con sus propias manos, ya que conocía aquella afirmación de la Escritura: El que no trabaja que no coma; lo que ganaba con su trabajo lo destinaba parte a su propio sustento, parte a los pobres. Oraba con mucha frecuencia, ya que había aprendido que es necesario retirarse para ser constantes en orar: en efecto, ponía tanta atención en la lectura, que retenía todo lo que había leído, hasta tal punto que llego un momento en que su memoria suplía los libros. Todos los habitantes del lugar, y todos los hombres honrados, cuya compañía frecuentaba, al ver su conducta, lo llamaban amigo de Dios; y todos lo amaban como a un hijo o como a un hermano”.

Extraído de Diócesis de Segorbe Castellón

Profunda renovación

«Los desiertos también pueden invitar a una profunda reflexión sobre las realidades espirituales. Cuando la desnudez de un desierto desviste ante nuestros sentidos la frondosidad del mundo material, quizá volvamos nuestros corazones a Dios y tratemos de descubrir lo que es verdaderamente importante en nuestras vidas…

En el Nuevo Testamento el desierto de Judea se convierte en un lugar de encuentro significativo entre el pueblo judío y el profeta conocido como Juan Bautista. Aquí de nuevo encontramos el simbolismo dualista del desierto. Es lugar de advertencia así como lugar de encuentro espiritual. «¿Quién te advirtió que escaparas de la ira que llegaba?» pregunta Juan a los fariseos y saduceos que acuden a él, pero mucha gente busca el bautismo en arrepentimiento de sus pecados (Mateo 3,1-9).

El más importante de los que acuden a Juan es Jesús, que se reveló como Hijo de Dios al ser bautizado por Juan. Mateo, Marcos y Lucas indican que Jesús, inmediatamente después de ser bautizado, fue al desierto a ayunar y orar por cuarenta días y allí también fue tentado por el demonio. Después de rechazar la tentación, este desierto se convirtió en lugar de renovación, ya que los ángeles acudieron a servirle allí (Mateo 3,13—4,11).

Los desiertos de nuestras vidas son, sin lugar a dudas, lugares tormentosos de tentación y duda, pero también pueden ser ocasión de una profunda renovación espiritual».

Párrafos extraídos de «Diócesis católica de Little Rock»

Obediente al llamado

«Cuando habían pasado, Elías dijo a Eliseo: Pide lo que quieras que haga por ti, antes que yo sea quitado de ti. Y dijo Eliseo: Te ruego que una doble porción de tu espíritu sea sobre mí. El le dijo: Cosa difícil has pedido. Si me vieres cuando fuere quitado de ti, te será hecho así; más si no, no. Y aconteció que yendo ellos y hablando, he aquí un carro de fuego con caballos de fuego apartó a los dos; y Elías subió al cielo en un torbellino. Viéndolo Eliseo, clamaba: ¡Padre mío, padre mío, carro de Israel y su gente de a caballo! Y nunca más le vio; y tomando sus vestidos, los rompió en dos partes». (2 Reyes 2:9-11)

Eliseo, cuando estaba para suceder a Elías, quería recibir incluso “dos tercios del espíritu” del gran profeta, una especie de doble parte de la herencia que tocaba al hijo mayor ( Dt 21, 17) para ser así reconocido como su principal heredero espiritual entre la muchedumbre de los profetas y de los “hijos de los profetas” agrupados en comunidades (2 R 2, 3). Pero el espíritu no se transmite de profeta a profeta como una herencia terrena: es Dios quien lo concede. De hecho así sucede, y los “hijos de los profetas” lo constatan: “El espíritu de Elías reposa sobre Eliseo” (2 R 2, 15; cf. 6, 17).

Extraído de «La acción profética del Espíritu divino» de Juan Pablo II

Jesús habla de Eliseo en Lucas 4:27. El pueblo había rechazado a Jesús de Nazaret y les dijo que «ningún profeta es acepto en su propia tierra» (Lucas 4:24). Jesús dijo que había muchos leprosos en Israel en el tiempo de Eliseo, pero sólo el sirio Naamán, fue sanado. Un estudio de la vida de Eliseo revelará la humildad del profeta (2 Reyes 2:9; 3:11), su evidente amor por el pueblo de Israel (2 Reyes 8:11-12), y su fidelidad en un ministerio de por vida. Eliseo fue obediente al llamado de Dios, siguiendo a Elías con entusiasmo y fidelidad. Eliseo claramente creía en Dios y confiaba en Él. Eliseo buscó a Dios, y por medio de él Dios obró poderosamente.

Eliseo en la Biblia – gotquestions.org